Elder Scrolls
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Artículo principal: 2920, el último año de la Primera Era

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El año 2920, vol. 01[]

El año 2920, vol. 02[]

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Contenido[]

Estrella del alba
Libro primero de 2920
El último año de la Primera Era

de
Carlovac Townway

1 de Estrella del alba de 2920,
El Duelo, Morrowind

Almalexia estaba tumbada en su cama de pieles, soñando. No abrió los ojos hasta que el sol entró por la ventana, infundiendo un brillo lechoso a los tonos carnosos y madera clara de su habitación. Todo estaba tranquilo y sereno, al contrario que el contenido de sus sueños, tan sangrientos y repletos de celebraciones. Durante unos instantes, simplemente se limitó a mirar al techo, tratando de repasar mentalmente sus visiones.

En el patio de su palacio se encontraba una charca de agua hirviendo que humeaba en aquella fría mañana de invierno. Con el movimiento de su mano, despejó el vaho y pudo ver el rostro y la silueta de su amante, Vivec, en su estudio situado al norte. No quería hablarle todavía; estaba tan guapo con sus vestiduras de color rojo oscuro, mientras escribía poesía, como cada mañana.

«Vivec», dijo, y él levantó la cabeza sonriente al ver su rostro a través de miles de kilómetros, «he tenido una visión del final de la guerra».

«Después de ochenta años, no creía que nadie pudiera imaginarse el final», dijo Vivec con una sonrisa, aunque se puso serio, confiando en las profecías de Almalexia. «¿Quién saldrá victorioso? ¿Morrowind o el Imperio cyrodílico?».

«Sin Sotha Sil en Morrowind, nos vencerán», respondió.

«Mi intuición me dice que el Imperio nos atacará por el norte a principios de la primavera, por Primera semilla a más tardar. ¿Podrías viajar a Arteum y convencerlo de que vuelva?».

«Partiré hoy mismo», afirmó ella simplemente.

4 de Estrella del alba de 2920,
Gideon, la Ciénaga Negra

La emperatriz deambulaba por su celda. El invierno le proporcionaba una derrochadora energía, mientras que en verano pasaba casi todo el tiempo sentada al lado de la ventana, agradeciendo cada soplido del cargado viento de la ciénaga que entraba para refrescarla. Al otro lado de la habitación se encontraba su tapiz sin terminar sobre un baile en la corte imperial, y parecía que se estaba riendo de ella. Lo desgarró separándolo del marco, para después hacerlo pedazos, que se amontonaron en el suelo.

Después, se rio de su propio gesto inservible de rebeldía. Dispondría de tiempo de sobra para arreglarlo y tejer cien más. El emperador la había encerrado en el castillo Giovesse hacía siete años y probablemente la mantendría allí hasta que uno de los dos muriese.

Con un suspiro, tiró del cordel para llamar a su caballero, Zuuk. Apareció en la puerta en cuestión de minutos, completamente uniformado como corresponde a un guardia imperial. La mayoría de los nativos kothringi, los miembros de las tribus de la Ciénaga Negra, preferían ir desnudos, aunque Kuuz había desarrollado un gusto refinado por la moda. Su plateada y reflectante piel apenas era visible, salvo en su cara, cuello y manos.

«Alteza imperial», dijo haciendo una reverencia.

«Zuuk», comenzó la emperatriz Tavia, «me aburro. Hoy, vamos a estudiar las formas de asesinar a mi marido».

14 de Estrella del alba de 2920.
La Ciudad Imperial, Cyrodiil

Las campanas que llamaban para acudir en todos los templos a la oración del viento del sur retumbaban por las amplias avenidas y jardines de la Ciudad Imperial. El emperador Reman III siempre asistía al servicio en el templo del Único, pero su hijo y heredero, el príncipe Juilek, consideraba más políticamente conveniente asistir al servicio en un templo diferente en cada fiesta religiosa. Este año, le tocaba a la catedral de Benevolencia de Mara.

Los servicios de Benevolencia, por suerte, eran cortos, pero el emperador no consiguió volver a palacio hasta pasado el mediodía. Para entonces, los combatientes de la arena le estaban esperando impacientes para empezar la ceremonia. La multitud estaba mucho menos inquieta, ya que el potentado Versidue-Shaie había organizado una función con un grupo de acróbatas khajiita.

«Tu religión es mucho más práctica que la mía», comentó el emperador a su potentado a modo de disculpa. «¿Cuál es el primer juego?».

«Una lucha cara a cara entre dos guerreros bastante preparados», dijo el potentado, mientras su escamosa piel absorbía el sol a medida que se levantaba. «Están armados de acuerdo a su cultura».

«Suena bien», dijo el emperador aplaudiendo. «¡Que comience la lucha!».

En cuanto vio cómo los dos guerreros entraban en la arena mientras la multitud clamaba, el emperador Reman III recordó que había aceptado esto hacía varios meses, aunque después se hubiera olvidado. Uno de los combatientes era el hijo del potentado, Savirien-Chorak, una brillante anguila de tono amarillo marfil, que empuñaba una katana y un wakizashi con sus flacos brazos, débiles en apariencia. El otro era su propio hijo, el príncipe Juilek, equipado con una armadura de ébano, un yelmo de orco salvaje, un escudo y una espada larga en su costado.

«Va a ser un enfrentamiento trepidante», susurró el potentado, con una amplia sonrisa que cubría su rostro afilado. «Creo que no he visto jamás a un cyrodílico luchar contra un akaviri de esta forma. Normalmente se baten ejército contra ejército. Al menos, podemos decidir qué filosofía es la mejor: crear armaduras para protegerse contra las espadas, como hace tu gente, o diseñar espadas que se batan contra armaduras, como hacemos nosotros».

No había nadie entre el gentío, a excepción de unos pocos consejeros akaviri aislados y del propio potentado, que deseara la victoria de Savirien-Chorak, pero se produjo una exclamación colectiva cuando mostró sus gráciles movimientos. Parecía que sus espadas fueran una extensión de su cuerpo, una cola salida del brazo a juego con la que tenía detrás. Era una táctica de contrapeso, que permitió al joven lagarto enrollarse formando una circunferencia y girar hasta el centro de la arena para colocarse en una posición ofensiva. El príncipe andaba con pasos lentos y pesados, de una forma menos impresionante, siguiendo el método tradicional.

Cuando se abalanzaron el uno contra el otro, la multitud gritó emocionada. El akaviri era como una luna que orbitaba alrededor del príncipe. Saltó sin esfuerzo por encima de su hombro para intentar asestarle un golpe por la espalda, aunque el príncipe giró rápidamente sobre sí mismo y bloqueó el ataque con su escudo. Su contraataque tan solo consistió en golpes al aire, ya que su contrincante se tiró al suelo, deslizándose entre sus piernas y haciendo que tropezara. El príncipe cayó a la arena con un estrepitoso golpe.

El metal y el aire se fundieron cuando Savirien-Chorak le propinó una lluvia de golpes al príncipe, el cual los frenó gracias a su escudo.

«En nuestra cultura no tenemos escudos», murmuró Versidue-Shaie al emperador. «Imagino que le resultará extraño a mi chico. En nuestro país, si no quieres que te golpeen, tienes que quitarte de en medio».

Cuando Savirien-Chorak estaba alzándose para comenzar otra serie de deslumbrantes ataques, el príncipe le propinó una patada en la cola, lo que hizo que cayera hacia atrás momentáneamente. En cuestión de instantes, rebotó, aunque para entonces el príncipe ya se había puesto de nuevo en pie. Los dos siguieron luchando en círculos, hasta que el hombre lagarto giró hacia delante con la katana extendida. El príncipe se percató del plan de su enemigo y paró la katana con su espada larga y el wakizashi con su escudo. La hoja corta y perforadora se insertó en el metal y Savirien-Chorak perdió el equilibrio.

La espada larga del príncipe rajó el pecho del akaviri y un súbito e intenso dolor hizo que soltara sus armas. Todo terminó en un momento. Savirien-Chorak estaba postrado en el polvo con la espada larga del príncipe en la garganta.

«¡El juego ha terminado!», gritó el emperador, al que casi no se le oía por encima del clamor del estadio.

El príncipe sonrió abiertamente, ayudó a Savirien-Chorak a incorporase y le acompañó al curandero. El emperador dio unas palmaditas al potentado en la espalda, con una sensación de alivio. Al principio de la lucha no se había dado cuenta de que pensaba que su hijo tenía pocas posibilidades de ganar.

«Será un guerrero increíble», dijo Versidue-Shaie, «y un emperador mucho mejor».

«Recuérdalo», rio el emperador, «vosotros los akaviri realizáis movimientos muy vistosos, pero con tan solo uno de nuestros golpes, todo se acabó para vosotros».

«Huy, lo recordaré», afirmó el potentado.

Reman pensó durante el resto de los juegos en aquel comentario, lo cual no le permitió divertirse del todo. ¿Se podría transformar el potentado en otro enemigo, al igual que había ocurrido con la emperatriz? Tendría que mantenerse atento.

21 de Estrella del alba de 2920.
El Duelo, Morrowind

«¿Por qué no te pones el vestido verde que te regalé?», preguntó el duque de El Duelo mientras miraba como la joven doncella se ponía la ropa.

«No me sienta bien», sonrió Turala. «Y sabes que me gusta el rojo».

«No te sienta bien porque estás engordando», rio el duque, tirándola sobre la cama y besando sus pechos y su abdomen abultado.

Ella se rio por las cosquillas, pero se levantó y se envolvió en su vestido rojo. «Estoy rellenita, que es como debería estar una mujer», dijo Turala. «¿Nos veremos mañana?».

«No», dijo el duque. «Mañana tengo que entretener a Vivec y pasado mañana vendrá el duque de Corazón de Ébano. ¿Sabes? Nunca aprecié realmente a Almalexia ni sus habilidades políticas hasta que se fue».

«Te pasa lo mismo conmigo», sonrió Turala, «solo me valorarás cuando no esté contigo».

«Eso no es cierto», bramó el duque. «Te aprecio ahora».

Turala permitió que el duque le diera un último beso antes de salir por la puerta. Estuvo pensando sobre lo que había dicho. ¿La valoraría más o menos cuando supiera que estaba engordando porque llevaba un bebé en su vientre? ¿La querría lo suficiente como para casarse con ella?

El año continúa en Amanecer.

Apariciones[]

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