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Artículo principal: 2920, el último año de la Primera Era
Efectos[]
- Incrementa permanentemente el nivel de Hoja corta (Morrowind).
Localizaciones[]
Morrowind[]
Oblivion[]
- Gremio de Magos de Leyawiin, Leyawiin.
Skyrim[]
- Apocrypha.DB
- Bastión del Brillo Tenue.
- Casa de Alva, Morthal.
- Castillo de Volkihar.DG
- Perfumes de Angeline, Soledad.
Online[]
El año 2920, vol. 27[]
El año 2920, vol. 28[]
- ...
Contenido[]
Ocaso
Libro undécimo de 2920
El último año de la Primera Era
de
Carlovac Townway
2 de Ocaso, 2920
Tel Aruhn, Morrowind
«Un hombre quiere verte, Madre Noche», dijo el guardia. «Es de la tribu de los Kothringi y se presenta como lord Zuuk de la Ciénaga Negra, parte de la guarnición imperial de Gideon».
«¿Qué te hace pensar que tengo el más mínimo interés en verlo?», preguntó la Madre Noche irónicamente.
«Trae una carta de la difunta emperatriz del imperio cyrodílico».
«Tenemos un día ajetreado», dijo ella con una sonrisa en la boca y frotándose las manos. «Dile que entre».
Zuuk entró en la sala. Su piel metálica, aunque solo tenía descubiertas las manos y la cara, reflejaba la luz de la chimenea y el resplandor de los relámpagos que entraba por la ventana. La Madre Noche se percató también de que se podía ver a sí misma como él la veía: serena, hermosa y temible. Le entregó la carta de la emperatriz sin mediar una palabra. Dando un sorbo a su vaso de vino, la leyó.
«El duque de Morrowind también me ofreció una cantidad considerable de dinero para que asesinase al emperador a primeros de año», dijo doblando la carta. «La recompensa se perdió en el olvido y jamás llegó. Me molestó bastante, puesto que ya había introducido a uno de mis agentes en palacio. ¿Por qué debo dar por hecho que esta vez recibiré el pago a mis servicios por parte de una mujer muerta?»
«Lo he traído conmigo», dijo Zuuk simplemente. «Está en la carroza aparcada fuera».
«Entonces tráelo y no hay más que hablar», sonrió la Madre Noche. «El emperador estará muerto antes de que acabe el año. Lleva el oro a Apaladith, a menos que te apetezca algo de vino».
Zuuk declinó la oferta y se retiró. En cuanto dejó la habitación, Miramor entró en ella sin hacer ruido alguno desde detrás de los oscuros tapices. La Madre Noche le ofreció un poco de vino. Él aceptó.
«Conozco a ese hombre, Zuuk», dijo Miramor con cuidado. «No sabía que trabajase para la anterior emperatriz».
«Hablemos un poco sobre ti, si no te importa», dijo ella, sabiendo que no se iba a negar.
«Deja que te demuestre lo que valgo», dijo Miramor. «Deja que sea yo quien acabe con el emperador. Ya he asesinado a su hijo y has visto lo bien que sé esconderme. No puedes decir que había ni una arruga en ese tapiz».
La Madre Noche sonrió. Las cosas empezaban a salir bien.
«Si sabes usar una daga, lo encontrarás en Bodrum», dijo ella. Después le detalló lo que tenía que hacer.
3 de Ocaso, 2920
El Duelo, Morrowind
El duque miraba a través de la ventana. Era temprano y, por cuarto día consecutivo, una niebla carmesí cubría la ciudad con relámpagos esporádicos. Un escalofriante viento recorría las calles, arrancando las banderas de las almenas del castillo, forzando a los habitantes a cerrar por completo las contraventanas. Algo terrible se aproximaba. No era una persona muy culta, pero sabía distinguir las señales, al igual que sus causas.
«¿Cuándo llegarán mis mensajeros a los Tres?», gruñó a su guarda del castillo.
«Vivec se encuentra lejos, en el norte. Está negociando el tratado con el emperador», dijo el hombre, con la cara y la voz temblorosas de miedo. «Almalexia y Sotha Sil están en Necrom. Quizá los pueda alcanzar en un par de días».
El duque asintió. Sabía que sus mensajeros eran rápidos, pero también lo era la mano de Oblivion.
6 de Ocaso, 2920
Bodrum, Morrowind
Las luces de las antorchas reflejadas en la niebla y la nieve le daban al castillo un aspecto inusual. Los soldados de ambos campos se acurrucaban alrededor de las fogatas. El invierno hacía unirse a los enemigos. A pesar de que solo algunos guardas dunmer podían hablar cyrodílico, encontraron un punto en común: la búsqueda del calor. Cuando una bella guardia roja se hizo sitio entre la marabunta para abrigarse, muchos hombres alzaron la mirada con aprobación.
El emperador Reman III tenía prisa por terminar las negociaciones antes incluso de que empezasen. Un mes después, pensó que podría ser un gesto de buena voluntad el encontrarse con el ejército de Vivec en el lugar de la derrota, pero aquel sitio traía peores recuerdos de los que se podía imaginar. A pesar de que el potentado Versidue-Shaie aseguraba que las rocas del río eran rojas ya de por sí, él juraba que vio charcos de la sangre de sus soldados.
«Tenemos todos los puntos del acuerdo», dijo, tomando un vaso de yuelle caliente de su amante, Corda. «Pero no es el momento ni el lugar para firmar nada. Deberíamos hacerlo en el palacio imperial, con todo el esplendor y pomposidad que esta histórica ocasión se merece. Debes traer a Almalexia contigo también. Y al mago ese...».
«Sotha Sil», susurró el potentado.
«¿Cuándo?», dijo Vivec con infinita paciencia.
«Exactamente dentro de un mes», respondió el emperador sonriendo y mirándose los pies de una manera extraña. «Celebraremos un gran baile para conmemorarlo. Me marcho a dar un paseo, tengo las piernas entumecidas. Mis viejas heridas de guerra sufren con este tiempo. Corda, querida, ¿me acompañas?»
«Por supuesto, majestad imperial», dijo ella, acompañándolo a la salida de la tienda.
«¿Quieres que te acompañe también, su majestad imperial?», preguntó Versidue-Shaie.
«¿O yo?», preguntó el rey Dro'Zel de Senchal, nuevo asesor de la corte.
«No será necesario, volveré enseguida», dijo Reman.
Miramor se ayudó de los mismos bastones que había escondido hacía casi ocho meses. Ahora el suelo estaba resbaladizo y los bastones se deslizaban peligrosamente con el hielo. Cada movimiento que hacía provocaba un crujido. Si no fuera por el alboroto que montaban el ejército imperial y el de Morrowind, no se hubiese atrevido a acercarse tanto al emperador y a su concubina. Estaban descansando en una curva del riachuelo helado, entre unos árboles brillantes cubiertos de hielo.
Con cuidado, Miramor sacó la daga de su funda. Delante de la Madre Noche había exagerado un poco sus habilidades con la daga. Era verdad que había usado una para cortar el cuello del príncipe Juliek, pero este no opuso resistencia alguna. Aun así, no podía ser muy difícil acuchillar a un anciano con un solo ojo. No se necesitaba ninguna habilidad especial para un asesinato tan fácil.
De pronto, surgió la ocasión perfecta. La mujer vio algo en el bosque, dijo que era un carámbano con una forma extraña y corrió a buscarlo. El emperador se quedó atrás riendo. Se dio la vuelta hacia el acantilado para escuchar a sus guardias cantar el estribillo de su himno y dio la espalda a su asesino. Miramor sabía que había llegado el momento. Se acercó con cuidado para que sus pasos no hicieran ruido en el hielo y se lanzó. Muy cerca.
En aquel instante sintió un fuerte brazo agarrando el suyo y un enorme puño que sujetaba una daga contra su garganta. No pudo chillar. El emperador nunca se percató de que Miramor fue arrastrado a los arbustos y que una mano con mucha más experiencia que la suya le atravesó la espalda, paralizándolo.
Mientras Miramor moría, podía ver cómo la sangre salía a borbotones y al instante se cristalizaba en el suelo helado. El emperador y su amante, por su parte, regresaban al campamento.
12 de Ocaso, 2920
El Duelo, Morrowind
Lo único que quedaba en el patio central del castillo de El Duelo eran los restos de una fogata que se alzaba hacia el agitado cielo. Un denso, rezagado humo, recorría las calles, incendiando todo lo que era madera o papel. Unas criaturas con alas parecidas a los murciélagos sacaban a los ciudadanos de sus refugios y eran recibidos por el verdadero ejército. Lo único que evitó que El Duelo no se quemase por completo fueron los charcos de sangre de su gente.
Mehrunes Dagon sonreía mientras observaba cómo se derrumbaba el castillo.
«Y pensar que casi no vengo», dijo en voz alta. «Imagínate si me pierdo toda esta diversión».
Su atención se desvió un segundo hacia un rayo de luz que se filtró entre el cielo negro y rojo cubierto de sombras. Buscó con la mirada el origen del rayo: dos siluetas, un hombre y una mujer de pie en la colina que había encima del pueblo. Reconoció de inmediato al hombre: era Sotha Sil, el mago que había convencido a todos los príncipes de Oblivion de cometer todos estos actos sin sentido.
«Si habéis venido a por el duque de El Duelo, no está aquí», dijo Mehrunes Dagon soltando una carcajada. «Pero quizá encontréis trozos de él la próxima vez que llueva».
«Daedra, no te podemos matar», dijo Almalexia con rostro decidido y resuelto. «Pero pronto te arrepentirás».
Al decir esto, dos dioses vivientes y un príncipe de Oblivion se enfrentaron en una singular batalla en las ruinas de El Duelo.
17 de Ocaso, 2920
Tel Aruhn, Morrowind
«Madre Noche», dijo el guardia rojo, «tenéis una carta de vuestro contacto en el palacio imperial».
La Madre Noche leyó la carta con suma atención. La prueba había sido un éxito. Miramor fue descubierto y asesinado. El emperador estaba en manos poco seguras. La Madre Noche respondió inmediatamente.
18 de Ocaso, 2920
Balmora, Morrowind
Sotha Sil, con gesto inmutable, recibió a Vivec en la gran plaza delante de su palacio. Vivec cabalgó día y noche después de tener noticias de la batalla en su tienda de Bodrum y atravesó las peligrosas tierras de Dagoth-Ur a gran velocidad. De camino hacia el sur durante su viaje, vio las nubes rojas que le confirmaban que la batalla proseguía, día tras día. En Gnisis se encontró con el mensajero de Sotha Sil y le pidió que se reuniese con él en Balmora.
«¿Donde está Almalexia?»
«Dentro», dijo Sotha Sil suspirando. Tenía un largo y profundo corte que le cruzaba la mandíbula. «Está herida de gravedad, pero Mehrunes Dagon no volverá de Oblivion hasta dentro de muchas lunas».
Almalexia reposaba en una cama de seda, atendida por los curanderos del mismísimo Vivec. Su cara, incluso sus labios, estaban grises como la piedra y la sangre empapaba sus vendajes. Vivec le cogió la mano. La boca de Almalexia se movió sin soltar palabra. Estaba soñando.
Luchaba contra Mehrunes Dagon de nuevo entre una lluvia de fuego. A su alrededor, caían los escombros de un castillo y soltaban chispas en la oscuridad de la noche. Las garras del daedra se hundieron en su estómago, llenando de veneno sus venas mientras Almalexia intentaba liberarse. Al caer al suelo junto a su derrotado enemigo, se percató de que las ruinas no pertenecían al castillo de El Duelo. Era el palacio imperial.
24 de Ocaso, 2920
La Ciudad Imperial, Cyrodiil
Una brisa invernal recorría la ciudad golpeando las ventanas y las cúpulas de cristal del palacio imperial. Unos temblorosos rayos de luz iluminaban las figuras que había en su interior formando siluetas irreconocibles.
El emperador lanzaba órdenes a sus sirvientes sobre la preparación del banquete y el baile. Era lo que más le gustaba, incluso más que la batalla. El rey Dro'Zel supervisaba el espectáculo con opiniones muy claras. El mismísimo emperador repasaba los detalles para la cena: pez neb asado, calabacines, cremas, herelac rebozado, migas de bacalao, lengua en aspic... El potentado Versidue-Shaie había hecho un par de sugerencias, pero el gusto de los akaviri era demasiado peculiar.
Lady Corda acompañó al emperador a sus aposentos al caer la noche.
El año acaba en Estrella vespertina.
Apariciones[]
- The Elder Scrolls III: Morrowind (primera aparición).
- The Elder Scrolls IV: Oblivion.
- The Elder Scrolls V: Skyrim.
- The Elder Scrolls Online (incompleto y dividido en dos volúmenes).