Elder Scrolls
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Artículo principal: Libros (Online)

Artículo principal: 36 lecciones de Vivec

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Has descubierto el trigésimo séptimo sermón de Vivec, que es un doblegamiento de la luz, mucho después de las crónicas del Hortator, que llevaba rostros inconstantes y gobernaba a su antojo hasta el apocalipsis.

Vivec fue transportado por cintas de agua que escribieron en rojo sus uniones estelares. Era un nuevo lugar de velocidad. Sus ojos se detuvieron en las agujas situadas sobre la torre, donde se encontraba agachado el Fantasma del Vacío, encima de un tambor de escamas de dragón, absorto en su ritmo. Y le preguntó:

«¿Quién eres, que no necesitas compás alguno?».

Tres en total eran las túnicas de Ayem que se extendían hasta el negro y brillante borde del recuerdo, encordando un arco de agarre. Era una nueva carrera. Y Seht alzó su hinchada tripa a su nombre, la hija del relojero, nadando en la confesión muerta a lo largo de un hilo centenario, nombrándola, la no comida, un alijo dorado de Veloth y los velothi, pues ¿a qué otro lugar sabrían ir?

«Ve aquí, al mundo sin timón, al que registra cero muertes y donde los ecos cantan», dijo Seht, hasta que todo estuvo hecho y en el centro no había nada en absoluto.

Y el momento rojo se convirtió en un gran aullido descontrolado, pues la Casa Provisional estaba en ruinas. Y Vivec se convirtió en cristal, en lámpara, pues la melena del dragón se había roto y la luna roja le ordenó que viniera.

«El símbolo de la realeza no es este», le dijo una señal de desplazamiento azul (femenina), «no hay lección cierta aprendida en soledad».

Rechazó el cordel de su red, rencoroso porque un pueblo sin continuidad no llegaría a completarse mediante la búsqueda y, sin embargo, tenían destruido el espíritu por su huida. Pero las señales masculinas se ofendieron y Vivec adoptó una forma combatiente. Deshizo su luz oriental y le dijo al ALMSIVI que, a través de la guerra, se habían convertido en novias de cristal que ningún poder podía observar.

La luz se doblegó y Vivec vistió una coraza de placas rojas de joyas, y una máscara que lo marcaba como nacido en las tierras de los hombres. Rodando, se extendió en ungüento de insectos, presente en el cuello los bulbos del hist cuando al estar bajo amenaza. Rugió y les dio de comer sus dedos a los fantasmas de los mamuts. Las almenaras se preguntaron si habían confundido esto con una rendición, pues Vivec le había dicho al Vacío que podría aprender a deshacerlo todo.

La luz se doblegó y, en algún lugar, una historia se había deshecho. De ello, Vivec recordaba la risa de los pastores de netch de su aldea cuando las cazas eran buenas. Marchó con su padre en la ceniza, haciéndose fuerte en anzuelos y velas, capaz de navegar un barco de juncos a través del barro. A los once, le cantó a un kan de cenizas. Enfermó tras la Montaña Roja, con sangre de nix y fiebre, y estuvo débil durante cien años. Su madre le sobrevivió y depositó su cuerpo en el altar de Padhome. Le dio su propia piel para que la llevara al inframundo.

La luz se doblegó, Vivec despertó y le crecieron colmillos y se negó a hacer de sí misma algo plegable. Era una nueva promesa lunar. Y, al morder, excavó hacia arriba y después hacia abajo, mientras su hermano y su hermana embadurnaban el cielo con finas grietas de disentimiento, comida para los escarabajos y el Gusano. Tomó a su gente, los puso a salvo y se sentó con Azura mientras dibujaba la semejanza de su marido en la tierra.

«Pues me he quitado la mano izquierda y la derecha, dirá él», afirmó, «pues así es como les ganaré. Ama en soledad y conocerás solo los errores de la sal».

El hacer mundo de las palabras es AMARANTH.

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