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De Frasto de Elinhir

La historia del culto daédrico de los elfos anteriormente conocidos como chimer nos ofrece una valiosa lección sobre los peligros de traficar con los llamados señores de Oblivion. Es un relato admonitorio al que muchos defensores contemporáneos del culto daédrico, como lady Cinnabar, deberían prestar atención.

Comencemos con unos cuantos hechos que ni siquiera la Arpía de Taneth podrá negar. Los aedra (los Dioses, los Divinos) crearon Nirn a partir del caos de Oblivion. Adoptaron forma física en el plano mortal, el Mundus, y fueron, según el mito élfico, los ancestros directos de los aldmer. Los aedra fueron objetos naturales de sagrada reverencia para los elfos de la Era del Amanecer y las primeras religiones organizadas veneraron a estos Divinos.

Sin embargo, tras el nacimiento de Nirn, los aedra se apartaron de su creación, volviéndose distantes, fríos y desinteresados en los asuntos de los mortales. Pero más allá de Mundus, en la infinita variación de Oblivion, había otras entidades divinas de gran poder conocidas como los daedra (literalmente los «no aedra»), que empezaron a desarrollar un interés maligno hacia el reino que los aedra habían creado. Algunas de las más poderosas de estas entidades, los llamados príncipes daédricos, pese a gobernar sus propios planos enteros de Oblivion, sintieron celos de los mortales de Nirn, pues habían heredado la capacidad aédrica de la creación. Esta habilidad era inalcanzable para los daedra, quienes, pese a ser maestros del cambio y la metamorfosis, son incapaces de crear nada nuevo que no haya existido antes.

Sin embargo, una cualidad que los príncipes daédricos compartían con los jóvenes mortales de Nirn fue la sed de poder en todas sus formas. Este deseo corruptor es la base de toda la adoración mortal de los daedra: los príncipes ofrecen poder a cambio de la servidumbre y la veneración. A menudo, este poder viene en forma de conocimiento, la más seductora y menos peligrosa en apariencia de las tentaciones daédricas.

Como muestra de lo seductora que puede ser esta tentación, reparemos en los primeros aldmer de Estivalia. Aunque en su arrogancia se consideraban los descendientes directos de los aedra, paradójicamente el primer culto religioso a gran escala que abrazó la adoración daédrica nació en el corazón de la propia Estivalia. Allí, en la sombra arcoíris de la Torre de Cristal, el llamado profeta Veloth comulgó con la princesa daédrica Boethiah y accedió a aceptar sus regalos. Inscribió las profecías velothi, donde expuso la doctrina del culto a los «daedra buenos» (Boethiah, Azura y Mephala), junto con maneras de apaciguar y negociar con los «daedra malos» (Molag Bal, Malacath, Sheogorath y Mehrunes Dagon).

Para los más aldmer más estúpidos de Estivalia, las artes y habilidades que los daedra buenos ofrecieron enseñarles eran más útiles que las máximas y los tópicos de los sacerdotes de los aedra, y numerosos clanes élficos aceptaron a Veloth como su guía y profeta. Cuando los Sapiarcas de Alinor legítimamente prohibieron este cisma, Veloth sacó a los clanes que le eran leales de las islas y cruzó el mar hasta llegar al otro lado de Tamriel, donde colonizaron el dominio ahora conocido como Morrowind. Los seguidores de san Veloth, que pasarían a conocerse como los chimer, aceptaron abandonar el paraíso dorado de Estivalia por el purgatorio de las cenizas de Morrowind, todo a cambio de los «obsequios» ilusorios de los daedra. Los chimer erigieron grandes templos en honor a Boethiah, Azura y Mephala, y establecieron las tradiciones de culto en Morrowind que luego serían apropiadas por el Tribunal.

Como sabe cualquier aprendiz de historia, esta incursión a gran escala con los daedra derivó inevitablemente en guerra y catástrofe. La civilización cayó en la Batalla de Montaña Roja y la maldición de Azura, su antigua dama, transformó a los brillantes chimer en los lúgubres y afligidos dunmer. Poco después, Morrowind, bajo el control del Tribunal, volvió la espalda a la adoración de los daedra, pero para entonces, el daño ya estaba hecho.

En la actualidad, los daedra son temidos y aborrecidos a lo largo y ancho de Tamriel, y con mucha razón. Sin embargo, pese a las claras lecciones de historia, algunas almas descaminadas todavía insisten que se puede tolerar el tráfico con los señores daedra. A todos aquellos como tú, lady Cinnabar, os digo que tengáis cuidado. ¿Qué pacto con los daedra alguna vez terminó bien?

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