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Artículo principal: Libros (Online)

Artículo principal: Canciones de espada de Boethra

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  • Prisionera del destino.

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De Modun-Ra, la Voz Oculta

Y entonces, aunque Boethra no deseaba abandonar la batalla en las arenas donde sus elegidos se enfrentaban por fin a los de Orkha, vio la estrella azul en el cielo y la mirada en los ojos de Khenarthi, y tomó la mano de su hermana.

Fue entonces cuando se encontró en lo alto de la torre. Allí había magos que gritaban la Verdad del Mono, y en ese momento Boethra sintió dudas por primera vez en la eternidad. Los simios brujos decían mentiras de un modo que las convertía en verdad, y al oír las palabras, Boethra vio formarse ante sus ojos unas nuevas runas que no podía negar y volvió a sentir algo parecido al miedo.

Boethra recordaba que Akha la había obligado a abandonar los Senderos Múltiples, pero estas nuevas palabras decían que Akha nunca había estado allí, ni tampoco Alkosh, Alkhan ni ninguno de los hijos de Akha, ni ninguna de las tierras que había sembrado e incorporado a su reino. Y en este caos, Boethra empezó a preguntarse si ella era la Hija de las Espadas o si todo había sido un largo sueño de alguien a quien nunca había conocido.

Pero Boethra era la Guerrera, así que se armó de valor y desenvainó su espada oculta. Khenarthi se animó ante aquella visión. Sonrió y extendió sus alas, con la promesa de llegar junto a Azurah para que sus hijos pudieran recordar la ausencia de tiempo que estaba por venir.

Boethra calculó los cortes que necesitaría para destruir a los simios brujos y los movimientos precisos que le permitirán deshacer las palabras que habían pronunciado.

Sin embargo, al haber recorrido los Senderos Múltiples del Destino durante su exilio, Boethra vio la sabiduría de ir más allá de las palabras hasta tener como resultado su negación. A través de las palabras nuevas que conocía como mentiras, encontró un túnel que conducía al destino que buscaban; saltó a esta posibilidad, espada en mano.

Boethra abrió los ojos y vio muchas ruedas giratorias rodeadas de fuego. Eran doce en total, pero las esquivó con la precisión de su pericia. Más allá, vio serpientes beligerantes y, en su conflicto, reconoció la verdad en las mentiras de la danza de los imga.

Una era una serpiente de plumas de fuego, brillante y pura, con escamas de cristal y cabeza de ave de presa. Sus ojos eran perspicaces y claros; su melena, un argumento contra toda la impureza de los hombres de todos los mundos conocidos.

Se enfrentaba a una serpiente de escamas negrísimas y todo el Vacío parecía acompañarla, hasta el punto de que se podía pensar que la serpiente emplumada jamás podría hacerle frente y, sin embargo, lo hacía. Los ojos de esta serpiente ardían, rojos como la sangre, y sus escamas se movían y cambiaban con nuevas ideas que nacían y morían tan pronto como aparecían. A pesar de este caos, su melena era blanca y suave, y Boethra vio en ella una oportunidad fugaz de paz a lo largo de las ruedas.

No estaba de acuerdo con lo que buscaban los simios brujos, pero vio surgir de sus mentiras una oportunidad que no podía ignorar.

Sin tiempo para pensar en su elección o preguntarse por qué debía soportar aquella carga, Boethra de las Espadas Infinitas se puso en marcha como una estela que los mortales que recordaban la ausencia de tiempo llamarían la División del Cielo.

Voló por el firmamento fracturado, convocando a su lado a todas las espadas que había nombrado. Y en el mismo instante en que el pico de la serpiente emplumada encontró presa entre las escamas negras, Boethra estaba allí para atravesar su brillante ojo con algo más que palabras.

Mientras sus numerosas espadas rodeaban la boca del falso halcón, Boethra se posó sobre la cabeza de la serpiente sombría y tocó sus escamas con la palma de la mano. Los recuerdos del pasado y las visiones de lo que estaba aún por venir le abrasaron la mente, pero lo más destacado era el amor que sentía por Lorkhaj y el roce de su garra en la mejilla.

Una llama oscura rodeó a Boethra y, sobre su figura, apareció una cota de ébano; en su mano libre, una espada negra; sobre su cabeza, una máscara de guerra; y sobre sus hombros, un sudario de muerte. Y aunque Lorkhaj había amado a muchos, tal vez a algunos antes que a ella, en aquel momento Boethra sintió su amor dentro de su ser y a su alrededor, y supo que era tan verdadero y tan grande como el que él había sentido por cualquier otro espíritu de cualquier mundo conocido.

Entonces, la Guerrera blandió sus espadas y alzó la cabeza. La llama oscura danzó a su alrededor y nadó por los confines de su ser. Contempló al halcón que era una serpiente y pudo verlo tal como era, así como lo que traía consigo, y recitó la Voluntad contra el Dominio.

Luego, se abalanzó hacia delante, cortando conceptos en ángulos extraños; poco después, el mundo empezó a girar de nuevo en su tiempo apropiado.

Apariciones[]

  • The Elder Scrolls Online: Gold Road (primera aparición).
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