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Me van a ejecutar mañana. El carcelero me pregunta cuál me gustaría que fuera mi última comida.

-«Tráeme papel», le digo, «Y una pluma y una vela».

Quizás al jarl le gustaría una confesión, pero yo prefiero matar el tiempo.

Cuando el harén de mi padre se quemó y la fortuna de nuestra familia quedó convertida en cenizas, mi hermano y yo nos pusimos a mendigar en las cunetas de Elsweyr. Nunca olvidaré la primera vez que le robé la bolsa a un viajero. Casi fue por accidente. Colamos la zarpa y la bolsa ya estaba en nuestras manos. Aquella noche comimos como reyes. Y dormimos en un lecho caliente por primera vez en meses.

Poco después, mi hermano yo y recurrimos a los cuchillos. La banda en la que entramos nos trató como los huérfanos mugrientos que éramos. Robamos, timamos, rajamos y huimos, y los años de desenfrenos y vida dura se cobraron su factura. Perdí la mitad de la oreja derecha en una lucha a cuchillazos con un argoniano que estaba como una cuba.

Yo quería dejarlo, pero mi hermano tenía grandes ambiciones.

Él quería ir a Cyrodiil y que nos convirtiéramos en mercaderes de verdad. Teníamos un plan. Un último atraco a una caravana que se dirigía al norte y de la que se decía que iba cargada de joyas.

Algo se torció. Mi hermano no pudo detener los caballos a tiempo y yo me quedé parado, mirando impotente cómo el carromato se despeñaba por un barranco. Cuando bajé a examinar los restos, mi desolación se convirtió en emoción. No había joyas, sino que estaba lleno de pieles lujosas de lobo y mamut y de colmillos de horker, más que suficientes para comprar mi viaje hasta Cyrodiil. Seguiría los pasos de tantos otros de mi estirpe. Sería un mercader itinerante, alguien con una profesión respetable.

Tenía todas las pieles empacadas cuando vi el cuerpo destrozado de mi hermano. Aún tenía las orejas calientes, y le cerré los ojos por última vez. Aquel era su sueño, y él habría querido que me fuera, pero lo que yo quería era... Bueno... los guardias de la caravana se acercaban, y tenía que irme, pero no podía dejar ahí su cuerpo pudriéndose..

Mi hermano me dio mi primera piel. Tenía que ser un recuerdo. Pero, en las tinieblas de la barraca de una perista, las monedas pesaron en mi mano. Vio el pellejo de mi hermano y me ofreció el triple del valor de cualquier otra piel. El asco me dejó sin palabras, pero no por mucho tiempo. Me di cuenta de lo que valía un artículo de lujo tan prohibido. El valor, la demanda, el respeto.

Eso era lo que quería.

Se me hizo más fácil. Un callejón oscuro, una mordaza en una mano y un tajo limpio en la garganta con la otra. Sostener el cuerpo con delicadeza mientras se desangraba. Me volví más rápido, y mis tajos se hicieron más rápidos y fluidos. Despellejaba con un solo movimiento y mantenía la mercancía inmaculada y de una pieza.

Me hice rico, mucho más rico de lo que nadie en mi familia lo había sido. Aun así, fui con cuidado. Mi fortaleza estaba bien escondida y era prácticamente inexpugnable. Contraté a los hombres que antes me habían empleado a mí. Solíamos ir por las carreteras menos frecuentadas, donde cazábamos en la espesura. Cuando cazábamos en la ciudad, acechábamos en los callejones en los que habíamos solido dormir. Me hice tan rico que ya no necesité ensuciarme las manos.

Las pieles de retales de colores alcanzaban los mejores precios entre los bosmer. Los argonianos las preferían completamente descueradas y curtidas. Los orcos valoraban las gruesas pieles impermeables de los argonianos. Lo que más compraban los humanos eran colas y orejas. Tuve que contratar a un alquimista y a un maestro curtidor para un par de encargos raros, pero yo no hacía preguntas cuando el oro se amontonaba en mis cofres.

Y ahora soy un prisionero. Quizá me volví descuidado, o quizá fuera que se me escaparon varios secretos en la alcoba. El asalto a mi fortaleza fue una matanza. Cuando me capturaron, apenas estaba con vida. Ese fue su error. Mis enemigos me tenían que haber matado cuando tuvieron ocasión.

Tengo una ganzúa. Y la pared norte de la celda está débil por la falta de mantenimiento. Mi cabeza no caerá mañana.

No he terminado con este oficio. Siempre habrá compradores. Algún día, venderé mi propia piel por el rescate de un rey, ya que mi nombre es una leyenda. Y las vuestras se pudrirán en la cuneta junto a vuestros huesos.

- El peletero

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