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Artículo principal: Crónicas de los Cinco Compañeros
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Soy el gran canciller Abnur Tharn, señor supremo de Nibenay, jefe del Consejo de Ancianos y consejero de emperadores y reyes durante ciento diecisiete de mis ciento sesenta y cuatro años de vida. No me he ganado el puesto gracias a influencias, buena fortuna o nepotismo, sino por medio de la disciplina estricta, la ambición y la astucia. Y, sin embargo, aquí estoy, conspirando con idiotas y pardillos en un hoyo que apesta a rancio. Qué dura es la caída.
Estamos en 582 de la Segunda Era, aunque desconozco la fecha concreta. Ya he perdido la cuenta, dada la gravedad de la monumental tarea a la que nos enfrentamos. Tras leer las entradas anteriores de esta crónica, sentí la necesidad de ofrecer mi versión de los acontecimientos, de modo que los futuros historiadores no den cuenta de mi persona de forma equivocada.
Los Tharn hemos ostentado cargos influyentes por toda Cyrodiil desde tiempos del potentado. Se nos aprecia por nuestra lealtad al Imperio, nuestras ingeniosas maquinaciones políticas y nuestra falta de miramientos cuando se trata de someter o erradicar a disidentes en los territorios imperiales. Hacemos un trabajo sombrío, pero esencial para la supervivencia del Imperio.
¿Acaso sueno presuntuoso y ególatra? Bien puede que lo sea, pero he de dejar constancia de estas palabras por escrito para que los lectores como tú puedan poner en perspectiva histórica mis ideas y mis acciones.
Durante casi treinta años, aconsejé a los salvajes de la Cuenca, desde Durcorach a Leovico, mientras su larga y bárbara dinastía devastaba el Imperio. Duraron bastante más que muchos de los aspirantes a conquistador que los precedieron, pero su escaso arraigo y su bajo patrimonio cultural hicieron que no estuviesen a la altura en presencia de los verdaderos hijos de Colovia y Nibenay. Su mayor ofensa tuvo lugar cuando Leovico, el más joven de su linaje, pretendió obtener la mano de Clivia, mi decimosexta hija, para unirse a ella en matrimonio y que reinase a su lado como emperatriz. Al igual que su abuelo, quien se casó con Veraxia Tharn, Leovico esperaba que las conexiones de nuestra familia y la pureza de nuestra estirpe nibenesa legitimaran de algún modo su reclamación del Trono de Rubí. Fue un ejercicio de futilidad que me enfureció profundamente.
Así pues, cuando Varen Aguilario, hijo de un duque coloviano y poderoso líder militar por derecho propio, me contactó en secreto para que le ayudase a destronar a esos sucios forasteros del norte, acepté encantado. La guerra fue larga y sangrienta, aunque armado con mi conocimiento de la Ciudad Imperial, Varen pudo conducir a su ejército de rebeldes hasta las puertas del palacio. Varen ensartó su espada en el corazón negro de Leovico y lo vio morir atragantado en su propia sangre a los pies del Trono de Rubí. Así, se autoproclamó emperador. A cambio de mi lealtad y mi ayuda, aceptó tomar a mi hija Clivia por esposa.
Después de que Varen cayera víctima de una traición a manos de Mannimarco, me dolió tener que otorgar las riendas del Imperio a otro forastero, pero el rey de los Gusanos es un enemigo peligroso. Para salvaguardar el dominio de la nigromancia sobre todas las demás formas de la magia, Mannimarco desterró inmediatamente al gremio de magos de Ciudad Imperial e hizo que arrestaran al resto de disidentes, acusados de ser enemigos de la patria. No quería que mi nombre figurase en esa lista inacabable, que solo mermó cuando comenzaron las ejecuciones, así que prometí lealtad. En contrapartida, se me concedió la administración de Ciudad Imperial. Mi hija Clivia, aún emperatriz regente, pasó a ser la cabeza visible del Imperio. Sin embargo, Mannimarco siguió manejando los hilos a espaldas del trono.
Por supuesto, Mannimarco se volvió contra mí en cuanto dejé de serle útil. Me apartó y me confinó en una torre de huesos. Mi hija se puso en mi contra, engatusada por la promesa de Mannimarco de enseñarle las artes oscuras que le permitirían tener dominio sobre la vida y la muerte.
No obstante, debes saberlo, querido lector: recuperaré el Imperio. Volveré a transformar el caos en orden. Esa es mi única ambición y mi último deseo. No dudaré en emplear todo mi conocimiento de los fuegos daédricos contra todo aquel que se interponga en mi camino, y quien ose entrometerse será condenado a las fosas de Oblivion por toda la eternidad.
Apariciones[]
- The Elder Scrolls Online (primera aparición).