hijo de Hrorgar,
llamado fue a la corte de Vjindak,
hijo de Vjinmore y rey de Nieve Eterna.
“Poderoso hechicero y mago,
que vayas a Aelfendor te encargo,
antediluvianos guerreros amenazan mis terrenos
y traen a sus primos demonios
a aterrorizar a mis gentes y sus patrimonios.
Hrormir,
hijo de Hrorgar,
oyó las palabras de Vjindak Nieve Eterna.
“Por el bastón de hielo
que sería un honor ayudar,
pero tengo una empresa primero:
doce jarras de aguamiel tragar
y después al catre con varias mozas del lugar.
Así pues tal oferta
me temo que debo declinar.”
Al rey no le hizo gracia
ni Hrormir ni su respuesta.
“Por tu honor, a prestar ayuda
a mi causa te obligo,
que empuñes la espada de tu amigo,
el bueno de Darfang
quién lo intentó y no fue capaz.”
Hrormir dijo a carcajadas:
“Ahora eres tú el de las chanzas.
Pues Darfang no sabe lo que es perder.
No encontrarás mejor espadachín.
Si algo le encargasteis, lo terminaría bien.”
“Yo no dije que cayera, pero de bando cambió,
y ahora lucha con los reyes de Aelfendor,
y de esta forma ha deshonrado tu amigo
tanto a ti como a sí mismo.”
Hrormir no daba crédito,
pero sabía que Nieve Eterna
no podía estar mintiendo.
Durante veintitrés días cabalgó
hacia las tierras de la noche y del reino del terror,
donde los campesinos prenden velas
sabiendo que el demonio espera
a tan solo unos pasos de su resplandor
en el reino de los tres reyes oscuros:
el temido Aelfendor.
Elevando su antorcha Hrormir
atravesó campos embrujados
y pueblos atemorizados
hasta cruzar el negro portón
del negro castillo de Aelfendor.
Al ver acercarse a Hrormir
los Tres Oscuros rieron con maldad
y llamaron a su paladín,
el Cuchilla Darfang.
“¡Eh, compañero!”,
gritó Hrormir en el Salón de la Noche.
“¿Sabes? No creo lo que veo,
o pensaría que te has vuelto traicionero
uniéndote a las fuerzas del mal
y dando la espalda al honor
y a nuestra firme hermandad.”
“¡Hrormir!”
Darfang entonó con voz fuerte:
“¡Si no te vas ya de aquí
yo mismo te daré muerte!”
Hrormir preparado para la batalla estaba
y el eco de sus armas en la sala retumbaba:
la espada de Darfang
y el bastón de Hrormir
no cejaban de blandir.
Guerrero y mago aguerridos
otrora compañeros y ahora enemigos
sacudieron al mundo con un fragor desmedido.
De haber un sol por el que regirse,
todo un año habrían luchado,
y cualquiera de los dos,
ya fuera Hrormir o Darfang,
fácilmente habría ganado.
Hrormir notó, sin embargo, que la oscuridad
lágrimas en sus ojos escondía
y al ver la sombra que desprendía
comprobó que era un engaño.
Con el bastón de hielo asestó un golpe fatal
a la sombra de Darfang, que gritó con frialdad:
“¡Detente, mortal!”
La sombra se convirtió en deforme bruja,
encorvada bajo su manto y su capucha,
que con voz sibilante dijo:
“Escucha, mortal Hrormir:
el alma de tu paladín
es mi juguete ahora,
aunque, si quieres, un trueque te ofrezco,
ya que tienes brazos fornidos
y una mente poderosa
que a mis hijos reyes oscuros
bien les vendrían sin demora.”
Hrormir el valiente, sin dudarlo un instante,
dijo atrevidamente:
“Libera a Darfang, hechicera sombría,
Y podrás usarme a tu voluntad.”
La bruja rio y soltó a Darfang.
“Para salvar su honor el tuyo has perdido,
y en paladín de los reyes
te has convertido;
reyes oscuros que mis herederos serán
a dividir Aelfendor me vas a ayudar,
y ámame también
porque tu dueña soy.”
Al ver cómo su querido amigo
el honor por su culpa perdía,
clavarse en su corazón
el noble Darfang la daga pretendía.
Pero Hrormir detuvo su mano y al oído le susurró:
“No lo hagas, buen compañero,
y espérame en la posada del pueblo.”
Darfang el Cuchilla el castillo abandonaba,
mientras, Hrormir la atrofiada garra cogía
y a sus labios la llevaba.
“Oscura bruja, aquí mismo me comprometo
a honrar tus siniestras palabras
y dar la espalda a la verdad
para la ambición de los reyes lograr.
Dividiré su legado justamente
y te amaré eternamente,
pensando que eres la más bella.”
A los aposentos del corazón de la noche
Hrormir y la hechicera se retiraron.
Sus agrietados labios besó
y sus senos caídos y arrugados.
Durante trece días y trece noches
Hrormir y su bastón de hielo
con esta misión cumplieron.
Y sucedió entonces que la dulce Kynareth
trajo sus vientos a las colinas y claros de Aelfendor,
Las caricias de la cálida Dibella
las flores hizo brotar
hasta Aelfendor convertir en un jardín sin igual
que embriagaba los sentidos.
Los asustados sirvientes de los Reyes Oscuros
descubrieron que ya nada había que temer.
De las calles del pueblo, otrora lóbregas,
gritos de júbilo se oyeron también.
En la posada del pueblo
Hrormir y Darfang se abrazaron y bebieron
una jarra de rica aguamiel
La sombría bruja sonreía
durmiendo plácida en su mullida cama
hasta que el sol matutino su desnuda cara bañó.
Entonces despertó y todo entendió.
Cuando se supo descubierta,
desgañitada gritó:
“¡Hombre mortal!
La noche cayó sobre tierras y foresta
mientras volaba hacia la posada
y extendía sombras siniestras.
Los que celebraban pudieron ver
su ira reflejada
en su monstruosa cara
y se encogieron de terror.
La bruja había dicho que el reino
a partes iguales debía dividirse
y, sin embargo, Aelfendor entero permanecía.
Sus herederos, en cambio, descuartizados yacían,
y hechos cachitos, divididos.
Hrormir lo veía realmente divertido,
pero su sonrisa ocultó,
mientras bebía,
puesto que nadie debe reírse
de Nocturnal, esa daédrica señoría.
Sin su velo de noche sombría,
su horrenda cara forzó a las mismísimas lunas
a esconderse.
El gran Hrormir no se acobardaba.
“¿Dónde está la capucha, escurridiza arpía?”
“Un hombre mortal me la arrebató mientras dormía.
Cuando desperté, mi cara descubierta estaba,
mi reino lleno de luz brillaba
y mis oscuros herederos en pedacitos se hallaban.
Y he aquí que mi paladín sonríe.
Aunque bien cumpliste la promesa
dando la espalda a la verdad aviesa.”
Hrormir,
hijo de Hrorgar,
a su reina bruja hizo una reverencia.
“Y seguirá siendo así.
Mientras me quede, de esta forma te he de servir.”
“Una mente inteligente
no es grata en un paladín.”
La bruja liberó el alma de Hrormir
y él presto le entregó su ansiada capucha.
Y así en la luz de la más negra oscuridad,
la arpía abandonó Aelfendor
para nunca más regresar.
Tras beber doce jarras de aguamiel
y retozar con cuatro mozas más de una vez,
a Nieve Eterna regresó Darfang
junto a Hrormir,