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Mira, hija mía, el escarabajo que tengo en la palma de la mano. Se escabulle, hace cosquillas y busca afanosamente la comida. ¿Te gustaría sostenerlo, niña? Te juro por las plumas rojas de Tava que no te hará daño. Este escarabajo es bastante inofensivo.

De este tamaño.

Porque crecerá; sí, así como tú crecerás, también lo hará este escarabajo. Así como tú creces y creces hasta llegar a la altura de una mujer, así crecerá y crecerá este escarabajo.

Y en la plenitud del tiempo, dejarás de crecer. Pero el escarabajo seguirá creciendo. Nunca fue así. En la lejana Yokuda, en tiempos pasados, cuando todos caminaban al ritmo de los dioses, estos escarabajos eran los amigos de nuestras casas y los divertidos compañeros de nuestros hijos. Se llamaban escarabajos de Samara. Y crecían, sí, pero solo hasta el tamaño de un generoso pan de mijo, pues no era necesario que crecieran más. Porque ¿no eran los favoritos de los niños? ¿No correteaban y corrían y cantaban el chasquido? ¿Y no estaban bien alimentados, con semillas y sabrosas bolitas de estiércol?

Sí, así era.

Y la vida del pueblo era buena, pues aunque la tierra era dura, la gente seguía la voluntad de los dioses, y así se les concedía lo suficiente para vivir bien y un poco más. Y las divinidades eran reverenciadas como estaba escrito que debían serlo, y todas las cosas estaban en su sitio.

Pero había algunos en el pueblo que decidieron que un poco más de lo que necesitaban no era tanto como lo que querían. Y en su avaricia se alejaron de la reverencia apropiada, y fueron tomados, sí, en cuerpo y alma, con el hambre de Sep. Y esto fue algo malo, porque el hambre de Sep nunca puede ser saciada.

Entonces, el mal llegó a Yokuda, junto a la guerra roja; se practicaron ritos prohibidos y se invocaron criaturas caídas que nunca deberían haber sido invocadas. Fue una era de fin. Satakal surgió de las profundidades estelares y Yokuda fue arrastrado bajo las olas.

Pero después de cada era de fin viene una nueva era; y así fue en este caso. Porque a algunos se les permitió viajar a Tamriel, donde tomamos Páramo del Martillo para nosotros mismos. Allí se nos dio la oportunidad de volver a adorar a los dioses con la debida reverencia. Y trajimos nuestros escarabajos de Samara con nosotros, para poder deleitar a los niños y recordar días más felices.

Y el hambre de Sep quedó atrás; por un tiempo, hija mía, por un tiempo. Pero está en lo profundo de nuestro núcleo mortal y puede volver a surgir. Así que los dioses nos dieron una advertencia, incluso a los niños más pequeños. Porque en esta nueva era, en este nuevo lugar, nuestros pequeños compañeros crecieron hasta el tamaño de un rollizo pan de mijo, como era de esperar. Sin embargo, luego continuaron creciendo, y madurando, y desarrollando garras hirientes y desgarradoras mandíbulas. Y entonces, con lágrimas, los expulsamos de nuestras casas y los arrojamos a los páramos, donde se reprodujeron y se volvieron nefastos.

Sí, hija mía, los escarabajos asesinos que plagan los lugares vacíos son nuestros propios escarabajos de Samara, azotados por los dioses con el hambre de Sep. Son una lección para nosotros, una horrible advertencia para aquellos que se vuelvan demasiado ávidos.

Así que sé feliz y renuncia a toda avaricia, pues aquí tenemos lo suficiente para vivir bien y un poco más.

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