Elder Scrolls
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Decumo Scotti se estaba ahogando y no le importaba. No podía mover ni los brazos ni las piernas por el hechizo de parálisis que el campesino argoniano le había lanzado, pero en realidad no se estaba hundiendo. El Río Onkobra era una fuerza inmensa de aguas blancas y corrientes que podían arrastrar grandes rocas con facilidad, así que la cabeza de Scotti se tambaleaba, dando vueltas, golpeándose, dando saltos de un lado al otro.

Sabía que en breve estaría muerto y que de todas maneras eso sería mejor que estar en Ciénaga Negra. Tampoco se asustó demasiado cuando sintió cómo sus pulmones se llenaban de agua y la fría oscuridad lo invadía.

Por un momento, la primera vez en mucho tiempo, Decumo Scotti sintió serenidad. Bendita oscuridad. Y entonces llegó el dolor, sintió que empezaba a toser y expulsaba agua desde el estómago y los pulmones.

Una voz decía: "Oye, hermano, está vivo, mira".

Scotti no estaba seguro de que eso fuera cierto, incluso cuando abrió los ojos y vio la cara que tenía encima de él. Era un argoniano, pero muy distinto a todos los que había visto antes. Tenía la cara delgada y alargada como una lanza, las escamas de color rojo rubí, brillantes a la luz del sol. Parpadeó, y sus párpados se abrieron y cerraron de forma vertical.

"Supongo que no debemos comerte... ¿No crees?", la criatura sonrió y Scotti supo por sus dientes que no era una pregunta retórica.

"Gracias", dijo Scotti con voz débil. Movió la cabeza ligeramente para ver a quién se refería ese "debemos" y descubrió que estaba en la fangosa orilla del río, rodeado por un grupo de argonianos con caras como lanzas muy similares y toda una gama de escamas: verdes y púrpuras brillantes, azules y naranjas como gemas.

"¿Me podríais decir si estoy cerca de... algún lugar?"

El argoniano de color rubí lanzó una carcajada. "No. Estás en medio de la nada, no hay nada cerca".

"Bien", dijo Scotti, que acababa de entender la idea de que el espacio no significaba mucho en Ciénaga Negra. "¿Y vosotros qué sois?"

"Somos agacepos", respondió el argoniano color rubí. "Mi nombre es Nomu". Scotti se presentó también: "Soy un alto representante de la Comisión de Obras de lord Vanech en la Ciudad Imperial. Mi misión era venir aquí a intentar solucionar los problemas con el comercio, pero he perdido mi agenda, no he visto a ninguno de mis contactos, los arcanos de Gideon...".

"Pomposos, presuntuosos, ladrones de esclavos", murmuró con rencor un pequeño agacepo color limón.

"... Y ahora solo quiero volver a casa".

Nomu esbozó una gran sonrisa, como la de un anfitrión contento de ver cómo se va un invitado no deseado. "Shehs te guiará".

Al parecer, Shehs era la implacable criatura amarilla que no tenía pinta de alegrarse con la misión que se le había asignado. Con sorprendente fuerza, levantó a Scotti y, por un momento, se acordó de cuando Gémulo lo lanzó al burbujeante estiércol que llevaba al expreso subterráneo. Shehs empujó a Scotti hacia una pequeña barquilla, delgada como una cuchilla, que se balanceaba en la superficie del agua.

"¿Viajáis así?"

"No tenemos los carromatos rotos ni los caballos muertos de nuestros hermanos del exterior", respondió Shehs, poniendo sus pequeños ojos en blanco. "No sabemos hacerlo mejor".

El argoniano se sentó en la parte de atrás y usó su cola de látigo para impulsar y dirigir el bote. Viajaron rápidamente por lagunas con remolinos que apestaban a siglos de putrefacción; pasaron montañas escarpadas que parecían robustas, pero que se deshacían al menor movimiento de las aguas; cruzaron puentes que en algún momento habían sido de metal, pero que ahora eran puro óxido.

"Todo en Tamriel termina en Ciénaga Negra", dijo Shehs.

Conforme se deslizaban sobre las aguas, Shehs explicó a Scotti que los agacepos eran una de las muchas tribus argonianas que vivían en el interior de la provincia, cerca de los hist, y que no creían que hubiera nada interesante que ver en el mundo exterior. Scotti tuvo suerte de que lo encontrasen. Los nagas, los semianfibios paatru o los alados sarpa lo habrían matado al instante.

Había más criaturas que era mejor evitar. Aunque había pocos predadores naturales en las profundidades de Ciénaga Negra, los carroñeros que quedaban se habían peleado entre ellos por darse el placer de comer algo vivo. Los hackwings volaban en círculo sobre sus cabezas, igual que los que Scotti había visto en el oeste.

Shehs se quedó en silencio y paró la marcha, como si esperase algo.

Scotti miró en la dirección que Shehs observaba, pero no vio nada raro en las pútridas aguas. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la charca de cieno verde que había delante de ellos se estaba moviendo bastante deprisa de una orilla a otra. Dejó pequeños huesos tras de sí conforme rezumaba hacia los juncos, y luego despareció.

"Voriplasma", dijo Shehs mientras comenzaba a mover el bote de nuevo. "Palabras mayores. Te dejaría en los huesos en un abrir y cerrar de ojos".

Deseoso de encontrar alguna distracción del paisaje y los olores que le rodeaban, Scotti pensó que era un buen momento para elogiar el vocabulario de su piloto. Era particularmente bueno, teniendo en cuenta lo lejos que estaban de la civilización. Los argonianos del este, de hecho, hablaban bastante bien.

"Intentaron erigir un templo a Mara cerca de aquí, en Umpholo, hace veinte años", explicó Shehs y Scotti asintió recordando haberlo leído en los archivos antes de que se perdiesen. "Todos murieron trágicamente de putrefacción de la ciénaga al primer mes, pero dejaron tras de sí algunos libros muy interesantes".

Scotti iba a hacer una pregunta cuando vio algo tan enorme y horripilante que le hizo detenerse, paralizado.

Medio sumergida en las aguas que tenían delante había una montaña de espinas, apoyadas en una mandíbula de casi dos metros de alto. Unos ojos blancos miraban hacia delante y, de repente, la criatura entera dio un espasmo y un bandazo, con la mandíbula fuera de la boca, dejando ver los colmillos llenos de sangre.

"Un leviatán de la ciénaga", susurró Shehs, impresionado. "Muy, muy peligrosos".

Scotti cogió aliento, preguntándose por qué el agacepo estaba tan tranquilo y más aún por qué seguía la corriente hacia la bestia...

"De todas las criaturas del mundo, las ratas a veces son las peores", dijo Shehs y fue entonces cuando Scotti se dio cuenta de que la enorme criatura era simplemente un caparazón. Se movía porque cientos de ratas se habían introducido en él, devorándolo rápidamente desde el interior y emergiendo de su piel a través de agujeros.

"Cierto", dijo Scotti, y volvió a acordarse de los archivos de Ciénaga Negra, que estaban enterrados profundamente en el fango, y de las cuatro décadas de trabajos imperiales en Ciénaga Negra.

Los dos continuaron atravesando el corazón de Ciénaga Negra en dirección oeste.

Shehs le enseñó a Scotti las grandes y complicadas ruinas de las capitales kothringi, los campos de helechos, la hierba florecida, los tranquilos arroyos bajo cubiertas de musgo y lo más impresionante que Scotti había contemplado en su vida: un enorme bosque de árboles hist totalmente desarrollados. No vieron ni un alma hasta que llegaron al límite de la ruta imperial del comercio justo al este de El Cenagal, donde Mailic, el guardia rojo que hacía de guía de Scotti, lo esperaba pacientemente.

"Le iba a dar dos minutos más", refunfuñó el guardia rojo, dejando caer lo que le quedaba de comida a sus pies. "Ni uno más, señor".

El sol brillaba cuando Decumo Scotti entró en la Ciudad Imperial a caballo y, con el rocío de la mañana, los edificios brillaban como si los hubieran limpiado para su llegada. Le sorprendió ver lo limpia que estaba la ciudad. Y los pocos mendigos que había.

El putrefacto edificio de la Comisión de Obras de lord Vanech estaba como siempre, pero aun así su presencia le pareció algo exótica y extraña. No estaba cubierta de fango. La gente en su interior normalmente trabajaba de verdad.

El mismísimo lord Vanech, que además de rechoncho era bizco, tenía un aspecto inmaculado: no solo porque fuera limpio, sino porque no era corrupto. Scotti no pudo evitar mirarlo fijamente la primera vez que vio a su jefe. Vanech le devolvió la mirada.

"Eres una aparición", dijo el pequeño hombre. "¿Tu caballo te llevó a Ciénaga Negra y te trajo de nuevo? Te diría que fueses a casa a arreglarte, pero te esperan decenas de personas. Espero que tengas soluciones para ellos".

No era una exageración: casi veinte de las personas más influyentes de Cyrodiil lo estaban esperando. Le dieron un despacho incluso más grande que la de lord Vanech y se entrevistó con cada uno de ellos.

Los primeros clientes de la comisión fueron cinco mercaderes independientes rebosantes de oro que querían saber la opinión de Scotti sobre la mejora de las rutas de comercio. Scotti les resumió las condiciones de las rutas principales, el estado en que se encontraban las caravanas de los mercaderes, los puentes derrumbados y los demás obstáculos que se presentaban entre la frontera y el mercado. Los mercaderes le dijeron que se encargase de reparar todo y le dieron el oro necesario para hacerlo.

En menos de tres meses, el puente de El Cenagal había desaparecido entre el fango, la gran caravana se había derrumbado y la ruta principal desde Gideon había sido inundada por las aguas del pantano. Los argonianos empezaron a usar de nuevo los caminos antiguos, sus torrentes privados y a veces el expreso subterráneo para transportar el grano en pequeñas cantidades. Ahora tardaban en llegar a Cyrodiil la tercera parte del tiempo que antes, dos semanas, sin pasar por zonas podridas.

El arzobispo de Mara fue el siguiente que se entrevistó con Scotti. Era un hombre de corazón noble, horrorizado por las fábulas argonianas de madres que vendían a sus hijos como esclavos. Le preguntó a Scotti si esas historias eran ciertas.

"Por desgracia, sí", respondió Scotti y el arzobispo lo colmó de septim y le pidió que llevase comida a la provincia para calmar su sufrimiento y que se mejorasen las escuelas para que pudiesen aprender a valerse por sí mismos.

Pasados cinco meses, el último libro había sido robado del desierto monasterio de Mara en Umphollo. Como los arcanos cayeron en la ruina, los esclavos volvieron a las pequeñas granjas de sus padres. Los argonianos de los remansos descubrieron que podían cultivar suficiente grano como para alimentar a sus familias siempre y cuando tuviesen suficientes trabajadores en sus enclaves, y el mercado de esclavos pronto cayó en picado.

El embajador Tsleeixth, preocupado por la tasa de delincuencia al norte de Ciénaga Negra, trajo consigo las contribuciones de otros muchos expatriados argonianos como él. Querían más guardias imperiales en las fronteras con El Cenagal, más antorchas iluminadas mágicamente que marcasen el recorrido de las rutas principales a intervalos regulares, más puestos de patrulla y que se construyesen más escuelas para permitir a los jóvenes argonianos mejorar su situación y que no se dieran al delito.

A los seis meses ya no había ningún nagas rondando por las rutas, puesto que no había ningún mercader al que robar en ellas. Los malhechores volvieron al fétido interior de la ciénaga, donde se sintieron mucho más felices, sus constituciones enriquecidas por la putrefacción y pestilencia que tanto amaban. Tsleeixth y sus electores estaban tan satisfechos por el descenso de las tasas de delincuencia que le llevaron más oro para que siguiese con el buen trabajo.

Ciénaga Negra simplemente nunca había sido ni podría ser capaz de mantener una economía agrícola a gran escala. Los argonianos y todos los demás, todo Tamriel incluido, podían vivir en Ciénaga Negra con cultivos de subsistencia, plantando únicamente lo que necesitaban. Más que triste, Scotti pensaba que era esperanzador.

La solución que Scotti dio a cada uno de los dilemas presentados fue siempre la misma. El diez por ciento del oro que le dieron se lo dio a la Comisión de Obras de lord Vanech. El resto se lo guardó para él y no hizo absolutamente nada para satisfacer las peticiones.

En menos de un año, Decumo Scotti había recaudado lo suficiente como para retirarse cómodamente y Ciénaga Negra estaba mucho mejor de lo que había estado en los últimos cuarenta años.

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