Elder Scrolls
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Jalemmil se encontraba en el jardín leyendo la carta que su sirviente le había traído. El ramillete de rosas que llevaba en la mano cayó al suelo. Por un momento, fue como si todos los pájaros hubiesen dejado de cantar y una nube hubiera encapotado el cielo. Su refugio, tan cuidadosamente cultivado y estructurado, parecía estar sumido en la oscuridad.

«Tenemos a tu hijo», leyó. «Muy pronto nos pondremos en contacto para informarte de lo que exigimos como rescate».

Después de todo, Zarek no había conseguido llegar a Akgun. Uno de esos grupos de bandoleros, orcos probablemente, o los condenados dunmer, había debido ver su carruaje magníficamente equipado y lo había secuestrado. Jalemmil trató de agarrarse a un poste para mantenerse en pie, preguntándose si su hijo estaría herido. Solo era un estudiante, no era el tipo de persona dispuesta a luchar contra hombres armados hasta los dientes, pero ¿y si lo hubiesen golpeado? El mero hecho de imaginar que le hubieran dado una paliza era más de lo que el corazón de una madre podía soportar.

«No me digas que han mandado la nota de rescate tan rápido», dijo una voz familiar y una cara conocida apareció a través del seto. Era Zarek. Jalemmil, con la cara llena de lágrimas, se apresuró a abrazar a su hijo.

«¿Qué ha pasado?», gritó. «Pensé que te habían secuestrado».

«Y así fue», dijo Zarek. «Tres altísimos y fornidos nórdicos me atacaron con su carruaje en el paso de Frimvorn. Me enteré de que eran hermanos y de que se llamaban Mathais, Ulin y Koorg. Tendrías que haberlos visto, madre. Todos ellos tendrían problemas para pasar por la puerta principal, de verdad».

«¿Qué pasó?», interpeló Jalemmil. «¿Te rescataron?».

«Pensé en esperar a que me rescataran, pero sabía que habían enviado una nota de rescate y sé cuánto te preocupas. Así que recordé lo que me decía siempre mi maestro en Akgun: que hay que guardar la calma, observar a los que te rodean y buscar la debilidad del oponente», dijo Zarek esbozando una amplia sonrisa. «Me tomé mi tiempo, porque aquellos hombres eran verdaderos monstruos y, entonces, escuché cómo alardeaban entre ellos. Me di cuenta de que la vanidad era su punto débil».

«¿Qué es lo que hiciste?».

«Me tenían encadenado en el campamento, en el bosque, cerca de Cael, en un montículo alto con vistas a un ancho río. Escuché que uno de ellos, Koorg, les decía a los demás que se tardaba casi una hora en cruzar nadando el río y volver. Todos asintieron con la cabeza y entonces fue cuando hablé yo».

«Puedo nadar hasta la otra orilla del río y volver en treinta minutos», dije.

«Imposible», afirmó Koorg. «Yo puedo nadar mucho más rápido que un cachorrito como tú».

«Acordamos que nos tiraríamos desde el acantilado, nadaríamos hasta la isla del centro y volveríamos. Cuando llegamos a nuestras rocas respectivas, Koorg se encargó de darme todas las lecciones que pudo sobre los puntos clave de la natación: la importancia de los movimientos sincronizados de brazos y piernas para conseguir la máxima velocidad y lo esencial que era respirar cada tres o cuatro brazadas sin llegar a hacerlo tan a menudo como para ralentizarte, ni tan espaciadamente como para quedarte sin aire. Yo afirmaba con la cabeza, mostrando que estaba de acuerdo con todos los puntos clave. Entonces nos tiramos. Fui hasta la isla y volví en poco más de una hora, aunque Koorg nunca volvió. Se golpeó la cabeza contra las rocas del fondo del acantilado. Me había dado cuenta de que había rocas bajo la superficie por los indicios de las olas y escogí la peña de la derecha para tirarme al agua».

«¿Pero volviste?», preguntó Jalemmil, estupefacta. «¿No fue entonces cuando te escapaste?».

«Era muy arriesgado huir en aquel momento», afirmó Zarek. «Podrían haberme capturado de nuevo con facilidad, y no quería que me culparan de la desaparición de Koorg. Dije que no sabía lo que le había pasado. Tras buscar un rato, pensaron que se habría olvidado de la carrera y habría nadado hasta la costa para cazar algo que comer. Descartaron que yo tuviera algo que ver con su desaparición, ya que me mantuve visible en todo momento mientras nadaba. Los dos hermanos comenzaron a montar el campamento al lado del rocoso acantilado y escogieron el mejor lugar de manera que yo no pudiera escapar».

«Uno de los hermanos, Mathais, comentó algo sobre la calidad del suelo y la inclinación gradual de la roca que rodeaba la bahía situada en la base del acantilado. Es lo ideal para echar una carrera a pie. Admití que nunca había practicado ese deporte y se enorgulleció al darme varios detalles sobre la técnica adecuada que había que utilizar al correr una carrera. Puso caras absurdas para mostrarme cómo había que tomar aire por la nariz y echarlo por la boca, me enseñó a flexionar las rodillas formando un ángulo adecuado al comenzar la extensión y habló sobre la importancia de asegurar bien los pies cuando se apoyaban en el suelo. Y lo más importante, si un corredor pretende ganar, debe mantener un ritmo agresivo pero no demasiado agotador. Lo adecuado es permanecer en segunda posición durante la carrera, añadió, si se dispone de la voluntad y la fuerza necesaria para esforzarse al final».

«Yo era un alumno entusiasta y Mathais decidió que deberíamos correr una rápida carrera por la orilla de la bahía antes de que cayera la noche. Ulin nos pidió que trajéramos algo de leña cuando regresáramos. Finalmente, empezamos a bajar por el camino, bordeando el acantilado. Seguí su consejo sobre la respiración, la forma de andar y la posición de los pies, aunque corrí con todas mis fuerzas desde el principio. Pese a que sus piernas eran mucho más largas, me encontraba a unos pocos pasos por delante cuando doblamos la primera esquina».

«Como su mirada estaba clavada en mi espalda, Mathais no vio una grieta en la roca que yo salté. Cayó en picado por el acantilado antes de que le diera tiempo a gritar. Pasé unos cuantos minutos recogiendo ramitas antes de volver al campamento con Ulin».

«Me estás tomando el pelo», dijo Jalemmil frunciendo el ceño. «Seguramente ese era el momento adecuado para escapar».

«Es normal que pienses eso», comentó Zarek, «pero no viste la topografía: unos cuantos árboles grandes y después nada más que arbustos. Ulin se habría percatado de mi ausencia, me habría atrapado al poco tiempo y yo lo hubiera pasado bastante mal a la hora de explicar la desaparición de Mathais. Sin embargo, el poco forraje de la zona me permitió divisar algunos de los árboles cercanos, lo que me ayudó a componer mi último plan».

«Cuando volví al campamento con unas cuantas ramitas, le dije a Ulin que Mathais estaba viniendo más despacio, ya que arrastraba tras él un árbol muerto. Ulin se mofó de la fuerza de su hermano, diciendo que él tardaría bastante menos en arrancar un árbol vivo y echarlo a la hoguera. Le comenté que yo tenía mis dudas».

«‘Te lo demostraré’ dijo, arrancando un espécimen de más de 3 metros de alto prácticamente sin esforzarse».

«‘Pero eso era apenas un arbolillo’, objeté. ‘Pensé que podrías arrancar un árbol’. Sus ojos siguieron mi mirada hasta un ejemplar magnífico y con apariencia de pesado, situado al borde del claro. Ulin lo agarró y comenzó a sacudirlo con una fuerza tremenda, provocando que las raíces se desprendieran de la tierra. Tanto movimiento hizo que una colmena se descolgara de las ramas superiores, cayéndole en la cabeza».

«En ese momento fue cuando escapé, madre», dijo Zarek finalmente, con cierto orgullo de colegial. «Mientras Mathais y Koorg se encontraban en el fondo del acantilado y Ulin continuaba agitándose atacado por un enjambre».

Jalemmil abrazó a su hijo una vez más.

Nota del editor:

Era reacio a publicar los «Pergaminos ancestrales de los dwemer» de Marobar Sul, aunque cuando la imprenta de la Universidad de Gwylim me pidió que me encargara esta edición, decidí aprovechar la oportunidad para aclarar los hechos de una vez por todas.

Los eruditos no se ponen de acuerdo a la hora de fijar la fecha exacta de la obra de Marobar Sul, aunque coinciden al afirmar que el autor fue el dramaturgo Gor Felim, famoso por sus comedias y romances populares durante la Segunda Era tras la caída del imperio Reman. La teoría actual sostiene que Felim escuchó algunas narraciones dwemer auténticas y las adaptó al escenario para ganar dinero, entremezclándolas con las versiones que reescribió de muchas de sus propias obras.

Gor Felim creó el personaje de Marobar Sul, que podía traducir la lengua de los dwemer, para añadirle cierta pátina de autenticidad a su obra, haciéndola más valiosa y creíble. Pese a que Marobar Sul y sus obras fueron objeto de una fuerte polémica, no existen documentos fiables que reflejen que nadie conociera a Marobar Sul, ni que existiera nadie con ese nombre trabajando para el gremio de magos, la escuela de Julianos o cualquier otra institución intelectual.

En cualquier caso, los dwemer que aparecen en la mayoría de los relatos de Marobar Sul prácticamente no se parecen en nada a la terrible e inconmensurable raza que aterrorizó incluso a los dunmer, a los nórdicos y a los guardias rojos hasta llegar a someterlos; esos dwemer cuyas ruinas, incluso a día de hoy, continúan siendo un misterio.

Apariciones[]

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