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Del diario personal de Sisarion

Los orcos son extraños.

Carecen de sutileza, son brutos y directos en todos los sentidos. Por supuesto, hay variaciones en las personalidades de cada individuo, pero hay cosas que un bosmer siempre debe esperar de un orco, ninguna de las cuales puede comprender del todo nuestra cultura.

Sus primos, los orcos del bosque, son igualmente extraños, pero por distintas razones. Irónicamente, comparten más cosas con los bosmer y se encuentran en su mayoría en Bosque Valen.

Aunque los orcos del bosque valoran la fuerza y el honor sobre todo lo demás, su interpretación de lo que significa los separa de sus primos del norte, en Orsinium. Por ejemplo, para un orco del bosque, tener fuerza significa tener agilidad y movilidad tanto como resistencia y fuerza muscular. Me gustaría saber la opinión de un orco de Orsinium, pero imagino que si consideramos que tiene la misma formación que un miembro de un régimen de infantería pesada, entonces un orco del bosque sería un hostigador ligero de ese ejército.

Los orcos del bosque, al igual que los bosmer, prosperan en las zonas boscosas. No han hecho ningún pacto con el Verde; juro por mi arco que tienen un total desprecio y una falta de conocimiento del Pacto Verde, pero no me sorprendería si estuvieran a favor de Y'ffre de alguna manera, pues los he visto navegar fácilmente en zonas repletas de árboles.

¿Por qué me preocupa? Mucho he tenido a los orcos del bosque en mente últimamente, no es de extrañar considerando que he estado entre ellos. El alto oficial de la localidad me ha ordenado entregar un mensaje a través del territorio orco; me dijo que sería fácil evitar que me detectasen. Pero los orcos del bosque son una raza muy distinta de orcos, como ya he mencionado. Cuando me atraparon (y nadie, salvo otros bosmer, puede atraparme), notaron mi presencia en la copa de los árboles, aunque sospecho que debían de ser conscientes de que algo merodeaba por sus bosques desde hace días. Sin embargo, estaba preparado y abatí a dos del trío que atacó con la misma flecha.

Me pilló por sorpresa. Esperaba derrotar a los tres, pero el último, de una manera inexplicable e impropia de un orco, se apartó de la trayectoria como un rayo. Salté y rodé por el suelo justo cuando una curvada hacha de mano giraba y se clavaba en el árbol que había a mis espaldas donde se habría encontrado mi corazón. Me puse en pie con la daga preparada y bloqueé el golpe de una segunda hacha que casi me hace soltar el cuchillo. El orco del bosque gruñó y volvió a cargar y, en ese momento, no lo habría distinguido de sus primos de Orsinium. Luchó con la agilidad y gracia de mi pueblo mezcladas con la ira impulsada por el honor de los orcos del norte. Logró hacerme una profunda herida en el costado al tiempo que yo le arrojaba un puñado de tierra a los ojos. Cegado por el mismísimo dolor, me tambaleé hasta un lugar relativamente seguro en la oscuridad del bosque mientras él escupía insultos y tierra; me llamó un «cobarde que se oculta en el bosque en lugar de luchar junto a él».

Hircine debió de protegerme ese día, pues estaba seguro que habría perdido la batalla. El orco del bosque luchó ferozmente, pues conoce el bosque como la palma de su mano, pero nunca logró encontrarme de nuevo. Me agradaría un segundo asalto, siempre que sea en territorio bosmer.

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