"Nos dijiste que después del examen seguirías con la historia del escriba y su pluma encantada", dijo Taksim.
"Ya nos has contado que el escriba vivía solo, sus peleas con la secretaria del templo por el boletín semanal y que sufría la plaga carmesí que le impedía hablar. Paraste la historia cuando el mensajero acababa de encantar la pluma de su maestro con el espíritu de un daedra llamado Feyfolken", añadió Vonguldak para refrescar la memoria del gran sabio.
"De hecho...", dijo el gran sabio, "estaba pensando en echarme una siesta. Pero ya que la historia toca algunos puntos sobre la naturaleza de los espíritus, y por tanto sobre la conjuración, continuaré con ella".
"Thaurbad empezó a usar la pluma para escribir el boletín del templo y los resultados eran unos textos de una calidad tan extraña, casi tridimensionales, que apasionaban a Thaurbad.
Adentrada la noche, procedió a escribir el boletín del templo de Auri-El. En el momento en que posó la pluma en el papel, este se convirtió en una obra de arte, iluminado como si hubiese sido escrito con oro, pero con excelente, simple y poderosa prosa. Los sermones parecían poesías, a pesar de tratar de la más banal de las doctrinas alessias. Los obituarios de dos de los benefactores jefes del templo pasaron de ser mundanas muertes a convertirse en tragedias de nivel mundial. Thaurbad trabajó con la nueva adquisición hasta casi caer exhausto. A las seis de la mañana, un día antes de la fecha de entrega acordada, entregó el boletín a Gorgos para que se lo llevase a Alfiers, la secretaria del templo.
Como era de esperar, Alfiers no mandó nada para elogiar esta obra maestra, ni siquiera para comentar lo pronto que había entregado el boletín. No importaba. Thaurbad sabía que era el mejor boletín que el templo había tenido nunca. A la una en punto del sundas, Gorgos le trajo varios mensajes.
"El boletín de hoy ha sido tan hermoso que, cuando lo leí en el vestíbulo, debo admitir que lloré como un niño", escribió el arcipreste. "No creo haber visto jamás nada que represente la gloria de Auri-El con tanta fidelidad. Las catedrales de Primada no tienen comparación con tu creación. Amigo mío, me postro ante el mayor artista desde Gallael".
El arcipreste era, como la mayoría de clérigos, muy dado a exagerar. Aun así, Thaurbad se sintió halagado por el elogio. Había muchos más mensajes. Todos los ancianos del templo y treinta y tres de los parroquianos, jóvenes y mayores, se habían molestado en averiguar quién había escrito ese boletín y cómo hacerle llegar un mensaje para felicitarlo. Y solo había una persona que podía hacerle llegar toda esa información: Alfiers. Imaginar a la señorita dragón acosada por todos sus admiradores llenaba de satisfacción a Thaurbad.
Seguía de buen humor incluso al día siguiente, cuando cogió el barco para llegar a su cita con la curandera, Telemichiel. La herborista era nueva, una agraciada guardia roja que trataba de hablar con él aunque le hubiese pasado una nota en la que decía: "Me llamo Thaurbad Hulzik, tengo una cita con Telemichiel a las once en punto. Por favor perdone mi silencio, pero ya no dispongo de laringe".
"¿Ha empezado a llover ya?", preguntó ella alegremente. "Han dicho que a lo mejor llovía".
Thaurbad frunció el ceño y sacudió su cabeza con enfado. ¿Por qué todos creen que a los mudos les gusta que se les hable? ¿Acaso a los soldados que han perdido los brazos les gusta que se les lancen pelotas? Obviamente no lo hacía con mala intención, pero Thaurbad seguía pensando que a algunas personas simplemente les gusta hacer ver que no son ellos los lisiados.
El propio examen fue un horror. Telemichiel le hizo la exploración invasiva de costumbre, sin dejar de charlar con él.
"Deberías intentar hablar de vez en cuando. Es el único modo de ver si mejoras. Si no te sientes cómodo haciéndolo en público, puedes intentarlo en privado", dijo Telemichiel, sabiendo que su paciente no le haría ni caso. "Intenta cantar en el baño. Probablemente descubras que no se te oye tan mal como crees".
Thaurbad dejó el tortuoso examen con la promesa de que recibiría los resultados en un par de semanas. En el barco de vuelta a casa, empezó a pensar en el boletín de la semana siguiente. "¿Y si le pusiese un borde doble alrededor de la Ofrenda del último sundas? Poner el sermón en dos columnas en vez de una podría tener resultados interesantes". Se le hacía difícil pensar que no podría empezarlo hasta que Alfiers le enviase algo de información.
Cuando lo hizo, el encargo venía acompañado de una nota: "EL ÚLTIMO BOLETÍN, UN POCO MEJOR. LA PRÓXIMA VEZ NO USES LA PALABRA FORTUITO EN LUGAR DE AFORTUNADO, NO SON SINÓNIMOS, SI TE MOLESTAS EN BUSCARLO".
Como respuesta, Thaurbad estuvo a punto de seguir el consejo de su curandera y gritarle mil obscenidades a Gorgos. En lugar de eso, se bebió una botella entera de vino barato, escribió un mensaje de respuesta y se lo envió. Acto seguido se quedó dormido en el suelo.
A la mañana siguiente, después de un largo baño, Thaurbad empezó a trabajar en el boletín. La idea de decorar con una ligera sombra la sección de "Anuncios especiales" tuvo magníficos resultados. A Alfiers siempre le desagradaban las decoraciones superfluas, pero al ver esta realizada con la pluma Feyfolken, cambió de parecer. Tenía algo distinto.
Gorgos entró justo en aquel momento con un mensaje de Alfiers. Thaurbad lo abrió. Simplemente decía: "LO SIENTO".
Thaurbad siguió trabajando. A su vez pensaba sobre la nota que acababa de recibir, estaba seguro de que faltaba la segunda parte del mensaje: "LO SIENTO, ERES DEMASIADO TORPE PARA ESTE TRABAJO" o "LO SIENTO, ERES INCAPAZ DE MANTENER EL MISMO MARGEN". No importaba lo que pusiera en aquel papel. Las columnas de las notas sobre el sermón se erigían como enormes pilares de rosas coronados con increíbles capiteles. Los obituarios y los anuncios de nacimientos estaban unidos por un borde esférico, como una irrefutable manifestación del círculo de la vida y la muerte. El boletín era a la vez cálido y actual. Era una obra maestra. Cuando se lo envió a Alfiers esa tarde, sabía que ella lo detestaría, lo que le hacía sentirse satisfecho.
A Thaurbad le sorprendió recibir un mensaje del templo de Loredas. Antes de leer su contenido, sabía que no era de Alfiers. La caligrafía no era la típica de Alfiers, tan agresiva y alargada, ni estaba escrita en mayúsculas en su totalidad, lo que siempre sonaba como un aullido salido del mismísimo Oblivion.
"Thaurbad, pensé que debías saber que Alfiers ya no trabaja en el templo. Renunció a su cargo ayer, de repente. Yo soy Vanderthil y tengo la suerte de ser tu nuevo contacto con el templo (debo admitir que he suplicarlo serlo). Estoy más que impresionada por tu genialidad. Personalmente estaba teniendo una crisis de fe hasta que leí tu boletín de la semana pasada. El de esta semana es simplemente un milagro. Nada más. Solo quería decirte que me siento honrada por trabajar contigo. Vanderthil
La respuesta recibida el sundas después del servicio impresionó al mismísimo Thaurbad. El arcipreste atribuyó el creciente número de fieles que acudían al templo y el aumento de donativos únicamente al boletín. El salario de Thaurbad se cuadruplicó. Gorgos le trajo solo en esa mañana unos ciento veinte mensajes de sus fieles lectores.
A la semana siguiente, Thaurbad se sentó delante de su pergamino en blanco con un vaso de aguamiel de Torval al lado y fijó la vista en él. No tenía ideas. El boletín, su pequeño, su segunda esposa... lo aburría. Los obsoletos sermones del arzobispo eran absolutamente insulsos, y las muertes y nacimientos de los patrones del templo no le parecían tener sentido alguno. Tonterías, pensó, mientras se puso a escribir.
Él sabía que escribió las letras T-O-N-T-E-R-Í-A-S. Pero las palabras que aparecieron sobre el pergamino fueron: "Un collar de perlas sobre un cuello blanco".
Lo tachó todo. A través de la maldita pluma Feyfolken se escurrió la frase: "Gloria a Auri-El".
Thaurbad golpeó la mesa con la pluma, pero esta seguía derrochando poesía a través de la tinta. Hizo un borrón sobre lo escrito hasta entonces, pero las palabras volvían a aparecer de distinta manera, incluso más exquisitas de lo que antes parecían. Cada mancha de tinta embellecía el texto, la tinta se dispersaba a su antojo hasta formar maravillosas figuras de perfecta asimetría. No podía hacer nada por arruinar el boletín. Feyfolken se había adueñado de la situación. Ahora era simplemente un lector, no un autor".
"Entonces...", inició el gran sabio. "¿Qué era Feyfolken, según lo que sabéis de la escuela de conjuración?"
"¿Qué pasó después?", preguntó Vonguldak.
"Primero decidme qué era Feyfolken, después continuaré con la historia".
"Dijiste que era un daedra", dijo Taksim. "Y parece tener algo que ver con la expresión artística. ¿Era quizás un servidor de Azura?"
"También puede ser que el escriba se lo hubiera imaginado todo", dijo Vonguldak. "Quizás Feyfolken era un servidor de Sheogorath, que se volvió loco. O la pluma hacía que todo aquel que leyera lo que se escribía con ella, como la congregación del templo de Auri-El, se volviese loco".
"Hermaeus Mora es el daedra de la sabiduría... e Hircine es el daedra de lo salvaje... El daedra de la venganza es Boethiah", murmuraba Taksim. Entonces sonrió al decir: "Feyfolken era un servidor de Clavicus Vile, ¿a que sí?"
"Muy bien", dijo el gran sabio. "¿Cómo lo has adivinado?"
"Por su estilo", dijo Taksim. "He supuesto que ya no quería el poder de la pluma, porque ya lo poseía. ¿Qué pasó después?"
"Os lo contaré", dijo el gran sabio, prosiguiendo con su narración.