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Por Gabrielle Benele
Anoche estaba en la taberna Punta del Ancla, disfrutando de una jarra de ponche de ron mientras estudiaba las Once formas rituales de Ralliballah, cuando una figura alta y vestida con armadura invadió mi tranquilo rincón. Le pregunté si podía irse a otra parte, pues me estaba tapando la luz, y respondió algo así como que una mujer bella no debería malgastar una velada iluminada por las lunas leyendo. Dicho esto, puso una jarra espumosa sobre la mesa y se sentó a mi lado.
Antes de que pudiera protestar, empezó a contarme la historia de su vida, cuyo tema principal (o sea, él) parecía entusiasmarle. Era oriundo de la ciudad portuaria de Fharun, en la costa norte, y ya desde pequeño había sabido que estaba destinado a hacer grandes cosas. Cuando tuvo la edad suficiente, partió hacia la parte central de Roca Alta, donde conoció a un viejo instructor de armas con sangre akaviri que le enseñó las costumbres de los «caballeros dragón». Fue entonces cuando halló su verdadera vocación y perfeccionó la forma de combate mágico que los caballeros dragón denominan «fuego ardiente».
Fuera o no un fanfarrón, en cuanto mencionó las artes arcanas, consiguió despertar mi interés. Le pedí que me contara más cosas sobre esta disciplina de magia marcial, pues no estoy familiarizada con ella, y lo hizo encantado. Me explicó que, con fuego ardiente, un caballero dragón puede hacer que sus enemigos ardan en llamas, arrastrarlos hasta él con un lazo ardiente, envolverse en un manto flamígero e incluso escupir fuego como los dragones legendarios de antaño. Según afirmó, esto se debía a que los caballeros dragón utilizan la verdadera magia de los dragones, que les ha sido transmitida por los poderosos guerreros que lucharon y ganaron la guerra junto a los dragones antes de la Primera Era.
Esta última afirmación fue lo que me hizo perder el interés. ¿De verdad esperaba que yo, una bruja del gremio de magos de primer nivel, creyera que un zopenco inculto como él se dedicaba a lanzar hechizos usando la magia de los dragones que se perdió hace tanto tiempo? Levanté la mano de manera un tanto perentoria y, para mi sorpresa (y quizá también la suya), guardó silencio. Le dije que me parecía que ya había oído suficiente sobre su magia de los dragones, que muchas gracias y que, en lo que a mí respectaba, no era más que una variante de nuestro repertorio habitual de hechizos de llamas, lo que en el currículo de Shad Astula se clasifica como «magia de destrucción». También le pedí que se retirase y que me dejara proseguir con mi lectura.
Tras farfullar unos instantes, esbozó una sonrisa condescendiente y dijo que la «damisela» no tenía nada que temer porque un dragón podía ser gentil a la par que feroz y que, tal vez, no entendía lo ardiente que podía ser su llama.
Le advertí que siguiera su camino, pero se limitó a mofarse e insistir. Cuando se ofreció a mostrarme su «latigazo volcánico», perdí la paciencia. Es una verdadera lástima, porque el propietario de Punta del Ancla me dijo que ya no era bienvenida y la verdad es que ese lugar me gustaba.
Supongo que podría haber sido más tolerante, pero todo el mundo tiene un límite. Además, ¿cuál es el problema? El pelo de la cabeza y la barba vuelve a crecer, aunque se haya chamuscado.
Apariciones[]
- The Elder Scrolls Online (primera aparición).