rkay, bendice nuestro cuerpo y nuestra alma!
Soy Alessia Ottus y me complace presentar esta breve aunque completa introducción a Cheydinhal.
La primera impresión que todo viajero se lleva de Cheydinhal es la de verdes y amplios parques, estilizados sauces junto a los márgenes del río Corbolo y cuidados jardines con matas llenas de flores. Cheydinhal tiene un aspecto próspero y tranquilo, con casas de piedra en excelentes condiciones, adornadas con llamativos diseños de cristal, madera y metal.
Pero bajo esa inocente fachada sólo se esconden ¡crímenes, escándalos y corrupción!
Cheydinhal se compone de tres distritos. Al norte, sobre una colina, se alza la fortaleza y el patio del castillo de Cheydinhal. Justo debajo puede verse la calzada que recorre la ciudad de este a oeste, desde el portón oriental al occidental. El río Corbolo cruza esta vía dividiendo la zona sur de la ciudad en dos sectores: el Distrito de la Capilla al este y el Distrito del Mercado al oeste. Las tiendas, tabernas y pabellones de gremios se concentran en el Distrito del Mercado. En el Distrito de la Capilla se ubica la zona residencial y el templo, como era de esperar. Tanto desde la orilla norte como sur varios puentes atraviesan el río Corbolo. Los de la ribera meridional llegan a una pequeña isla en el centro del río.
A pesar de que Cheydinhal se encuentra en la zona este de Nibenese, sus tradiciones y cultura provienen de los elfos oscuros que inmigraron desde Morrowind durante el último medio siglo. Muchos de ellos venían huyendo de su rígida sociedad y la teocracia del templo, y esperaban encontrar en Cyrodiil la vivificante atmósfera comercial auspiciada por Zenithar.
Uno de aquellos inmigrantes es, hoy día, el conde de Cheydinhal. Andel Indarys, descendiente de la casa de Hlaalu, llegó a la ciudad en busca de oportunidades. Su rápido ascenso dentro de la jerarquía nobiliaria resulta difícil de explicar. De hecho, las familias de alta alcurnia de Cyrodiil lo consideran un presuntuoso advenedizo. El escándalo saltó cuando se descubrió a su esposa, Lady Llathasa Indarys, muerta y magullada a los pies de las escaleras de la sede de gobierno. Los rumores sobre el mal carácter, la vida licenciosa y las infidelidades del conde no hacen sino alimentar las sospechas de que esta muerte esconde secretos muy turbios.
Muy pocos asisten al culto de la capilla de Arkay en Cheydinhal. El conde, que no pone un pie en la basílica, tampoco es ningún ejemplo a seguir. Quizás tema al juicio divino y esté evitando presentarse ante los Nueve. La guía espiritual, el sacerdote y el curandero de Cheydinhal parecen muy devotos y grandes defensores de la fe. El clérigo más respetado y honorado del templo, no obstante, es Errandil, el santo viviente de Arkay, paladín incansable que se enfrenta a las perversas prácticas nigrománticas del Gremio de Magos y del colegio de batalla imperial.
Las dos fondas con las que cuenta Cheydinhal tienen un aspecto bastante decente. La Posada del Puente de Cheydinhal es propiedad de una matrona imperial muy creyente y recta, mientras que la de Newlands está al cargo de un rufián y malvado elfo oscuro. No me cabe duda de que el lector sabrá discernir en qué lugar encontrará una buena comida y una cama limpia donde pasar la noche sin tener que temer por su vida. La librería de Cheydinhal está en manos de Mach-Na, un argoniano basto y rudo, la criatura más desagradable con la que me he cruzado. Su selección de libros, sin embargo, es excelente y los precios que baraja, bastante razonables.
Incluso los hogares más humildes de Cheydinhal se caracterizan por su pulcritud y aspecto impoluto, con suelos bien barridos y fregados. En general, a la gente no suele importunarle recibir visitas que quieran admirar sus muebles y adornos. Eso sí, hay que procurar no llegar a horas intempestivas. Aun así, hay que estar alerta. Muchos de los habitantes parecen respetables en apariencia, pero en cuanto abren la boca muestran su verdadera naturaleza. Son personas zafias y viles que en lugar de hablar como gente civilizada lo arreglan todo a golpes, llegando incluso al asesinato. Como cabría esperar, la mayoría de estos energúmenos no son otros que los orcos.
Uno de los puntos de mayor interés, y que no puede perderse ningún visitante, es la casa del famoso pintor Rythe Lythandas. Normalmente, el artista está enfrascado en su estudio y no debe ser molestado, pero su mujer es una anfitriona encantadora. No resulta difícil persuadirla y que acceda a mostrar los cuadros de su marido que adornan su hogar.
¡Sigamos a Los Gloriosos Nueve!