Elder Scrolls

¡Elder Scrolls te necesita para seguir creciendo, colabora!

LEE MÁS

Elder Scrolls
Advertisement

Artículo principal: Libros (Online)

Localizaciones[]

Contenido[]

Por Tricatrel, catalogador de misterios de la creación

Mi vasta cantidad de conocimientos no deja demasiado espacio para la sorpresa verdadera. Recopilo datos y cifras que pertenecen a los misterios más grandes de la creación y los registro para la posteridad. Por ejemplo, sé más sobre Oblivion que cualquier otro mortal. Mis supuestos colegas del Colegio de Sapiarcas consideran que hago esta afirmación por simple arrogancia, y, por eso mismo, ya no formo parte de él. He buscado todos los documentos; he hablado con todos los sabios y videntes, e incluso he visitado unos tres reinos durante mis años de estudio. He sido muy concienzudo.

Sin embargo, la reciente aparición del havocrel consiguió sorprenderme. Esta forma de daedra no se menciona en ninguno de los códices o compendios. No hay ningún ritual ni leyenda que aporte pista alguna sobre ellos. Me pregunto dónde se escondían estos seres. ¿Y por qué? Por suerte, se presentó una oportunidad y supe aprovecharla.

Un sectario daédrico accedió a invocar a una de estas solitarias entidades para sus propios fines, pero me permitió interrogarla a cambio de una extravagante contribución a su «orden». Xeacus, como se refería a sí misma la entidad, decía ser un havocrel. Era tan alto como un gigante de la escarcha y el doble de ancho, con la piel carmesí y los ojos ciegos cual mendigo de Leyawiin. Su forma estaba perfectamente definida y unos extraños tatuajes decoraban su casi desnudo cuerpo. Cuando le pregunté por qué nunca habíamos visto grandes ejércitos de havocrel, como sí que los hemos visto de dremora y skaafin, se rio. «Nos gusta la soledad y detestamos la compañía de los nuestros. Si nos juntas a dos en una habitación, verás cómo aumenta la tensión. Y, si somos tres, la sangre correrá. ¿Cuatro havocrel reunidos en un mismo lugar? Una guerra lo puedes llamar».

Me sorprendió lo dispuesto que estaba Xeacus a hablar conmigo, teniendo en cuenta que era una entidad que prefería la soledad. Él no paraba de mirar al sectario que lo había invocado y atado en el interior del círculo, pero no me importaba. Había soltado mucho oro por esa oportunidad y no estaba dispuesto a dejarla pasar. Entre muchas otras cosas, Xeacus me contó que, cuando no andaba por ahí, cumpliendo lo que fuera a lo que se hubiera comprometido con algún príncipe daédrico o cualquier otra poderosa entidad, vivía en un palacio de magia congelada. Le pedí que me explicara a qué se refería, pero negó con la cabeza y me dijo que no.

Decidí cambiar de tema y le pedí que me hablara de su servilismo hacia un amo más fuerte. Entonces se echó a reír. «Un contrato no es servilismo, mortal. Yo dirijo los ejércitos de Mehrunes Dagon porque el príncipe y yo tenemos un trato. Le presto mis habilidades y mi fuerza a cambio de algo de gran valor. «¿Oro?», sugerí. Xeocus rio de nuevo. «¿Para qué querría un havocrel ese dorado metal?».

Volví a cambiar de tema y le pregunté si su ceguera era un impedimento. Al parecer, todos los havocrel son invidentes. Algunos cubren sus ciegos ojos con paños o elaborados tocados; pero otros, como Xeacus, evitan cualquier parafernalia. Cuando le pregunté por qué eran todos ciegos, me respondió: «Es una maldición. No hagas más preguntas al respecto». Estas fueron sus últimas palabras sobre el asunto. A pesar de su ceguera, no parecía tener ningún problema para sentir nuestra posición fuera del círculo o percibir el mundo que lo rodeaba. No tengo ni idea de cómo lo hacía.

Hablamos largo y tendido. Puede que, algún día, me decida a relatar todos los pormenores de nuestra conversación. En cuanto terminé, me preguntó cómo pensaba pagarle por los conocimientos que me había brindado. Como estaba claro que no le interesaba el oro, le pregunté qué quería. Señaló el círculo dibujado en el suelo de la cueva y después al sectario, que de pronto se puso pálido. Asentí, adelanté un pie y borré parte del círculo con la bota.

Ignoré los gritos mientras abandonaba la cueva con mis notas. El precio del conocimiento puede ser elevado, pero un verdadero erudito siempre lo paga.

Apariciones[]

Advertisement