Elder Scrolls
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B letterarenziah y Straw se quedaron en Riften a pasar el invierno, en un cuarto barato de los suburbios de la ciudad. Barenziah quería entrar en el gremio de ladrones, pues sabía el riesgo que corría si la pillaban actuando por su cuenta. Un día, en una taberna, vio a Therris, joven y audaz miembro del gremio de origen khajiita. Le ofreció acostarse con él a cambio de que la recomendase para entrar en el gremio. Él la miró de arriba a abajo y aceptó, pero no sin pasar por el rito iniciático.

"¿Qué rito?"

"Ah", dijo Therris. "Primero paga, mi amor".

[Pasaje censurado por orden del templo].

Straw iba a matarla, y quizás Therris también. ¿Qué tipo de pasión la habría dominado como para hacer tal cosa? Con mirada aprensiva recorrió la habitación, pero el resto de clientes habían perdido el interés y volvían a sus quehaceres. No reconoció a nadie, pues no era la posada en la que se hospedaban. Con suerte, Straw tardaría en averiguarlo, si es que llegaba a hacerlo.



T letterherris era, y de largo, el hombre más arrebatador y apuesto que jamás había conocido. No solo le dijo qué habilidades necesitaba para ingresar en el gremio de ladrones, sino que la adiestró o le presentó a quien pudiera adiestrarla.

Entre esta gente se encontraba Katisha, oronda nórdica de aspecto maternal y que algo sabía de magia. Casada con un herrero, tenía dos hijos adolescentes y era de lo más corriente y respetable, si no fuera por su maña con ciertas artes mágicas, sus extrañas amistades y su afición por los gatos (y, por lógica, sus parientes humanoides los khajiitas). Le enseñó a Barenziah un hechizo de invisibilidad y otras formas de sigilo y disfraz. Katisha mezclaba la magia con otras artes mundanas, la una en beneficio de las otras. No estaba en el gremio de ladrones, pero le tenía un afecto maternal a Therris. Katisha se ganó las simpatías de Barenziah como ninguna mujer lo había hecho y, durante las semanas siguientes, esta le contó todo sobre su vida.

A veces, venía con Straw, que aprobaba la amistad de Barenziah con Katisha, pero no con Therris. A Therris, Straw le parecía "interesante" y le sugirió a Barenziah que montasen un trío.

"Nada de eso", dijo Barenziah con firmeza, agradecida a Therris por sacar el tema discretamente entre los dos, al contrario de lo que era su costumbre. "¡Ni a él le iba a gustar ni a mí tampoco!".

Therris esbozó una encantadora sonrisa de felino y se repantigó remolonamente en la silla, estirándose y curvando la cola. "Pues os ibais a llevar una sorpresa. En pareja es muy aburrido".

Barenziah le respondió con la mirada.

"O quizás te sobre el pueblerino ese, mi amor. ¿Te parece bien si me traigo a un amigo?"

"Pues no. Si ya te has hartado de mí, tu amigo y tú os podéis buscar a otra". Ya había superado el rito iniciático y formaba parte del gremio de ladrones. Y Therris le seguía resultando de utilidad, pero no indispensable. Quizá ya se hubiera hastiado de él.



L lettere contó a Katisha los problemas que tenía con los hombres, o lo que ella entendía por problemas. Katisha negó con la cabeza y le dijo que lo que buscaba era amor y no sexo, y que cuando hallase al hombre de su vida lo reconocería al instante. Añadió que ni Straw ni Therris eran los más apropiados para ella.

Barenziah, extrañada, ladeó la cabeza. "Hay quien dice aquello de que elfa oscura, golfa segura. ¿Somos unas prostitutas?", dijo, aunque con tono de duda.

"Promiscuas más bien. Aunque imagino que algunas sí terminan siendo prostitutas", dijo Katisha como sin pensarlo. "Los elfos son promiscuos de jóvenes, pero ya se te pasará. Quizá ya se te esté pasando", añadió con optimismo, pues le había terminado cogiendo cariño a Barenziah. "Lo que tienes que hacer es juntarte con elfos bien guapos. De tanto andar con khajiitas, humanos y demás te vas a quedar embarazada en menos que canta un gallo".

Barenziah sonrió sin querer ante la idea. "Pues no me importaría, aunque sería un contratiempo, ¿no crees? Los niños dan mucha guerra y ni siquiera tengo mi propia casa".

"¿Qué edad tienes, Berry? ¿Diecisiete años? Todavía te quedan uno o dos años para ser fértil, a menos que tengas mala suerte. Después, a los elfos les cuesta tener descendencia con los de su especie, así que mejor será que te juntes con los tuyos".

Barenziah se acordó de algo más. "Straw quiere comprarse una granja y casarse conmigo".

"¿Y tú? ¿Quieres?"

"No, aún no. Quizá más adelante, pero no si ello me impide llegar a reina, y no una reina cualquiera. Algún día seré reina de El Duelo", dijo decidida, casi con obstinación, como para disipar toda duda.

Katisha prefirió hacer como si no hubiera oído. Le divertía la enorme imaginación de la chica, lo que interpretaba como señal de que estaba en sus cabales. "Me parece a mí que Straw llegará a viejo antes de que llegue ese día, Berry. Los elfos viven muchos años". El rostro de Katisha se nubló brevemente con esa envidia y nostalgia que sienten los humanos cuando reflexionan sobre la vida de mil años que los dioses han concedido a los elfos. Pocos llegaban a vivir tanto por culpa de las guerras y las enfermedades, pero podrían, y alguno que otro llegó a esa edad.

"A mí también me gustan los hombres entrados en años", dijo Berry.

Katisha se rió. Barenziah se mostraba impaciente mientras Therris ordenaba los papeles de la mesa. Meticuloso y metódico, cambiaba con cuidado todo lo que se había encontrado.

Entraron en la casa de un noble, mientras Straw vigilaba en el exterior. Therris dijo que la faena sería coser y cantar, pero que había que mantenerla en secreto. Ni siquiera se trajo a otros cofrades del gremio. Dijo que sabía que podía confiar en Berry y Straw, pero en nadie más.

"Dime qué buscas y te lo encontraré", susurró Berry con premura. Veía mejor que Therris en la oscuridad, y este no quería que crease ni una pequeña esfera de luz.

Jamás había estado en un palacio tan lujoso. Ni siquiera el castillo Llanura Oscura del conde Sven y lady Inga en el que pasó su infancia podía compararse. Sorprendida por cuanto veía a su alrededor, recorrió con sus compinches las resonantes habitaciones ricamente decoradas de la planta baja. Pero Therris parecía interesado solo en la mesa de la biblioteca de la planta de arriba.

"Chist", siseó.

"¡Viene alguien!", dijo Berry poco antes de que se abriera la puerta y entrasen en la sala dos figuras oscuras. Therris la empujó con violencia hacia ellos y saltó por la ventana. Barenziah se quedo rígida: no podía ni moverse ni hablar. Vio, impotente, como la menor de las figuras saltaba tras Therris. Dos veloces sablazos azulados lo dejaron inerme en el suelo.

Fuera de la biblioteca, se oían pasos apresurados y voces de alarma, y el ruido de las armaduras cuando se visten deprisa.

El mayor de los hombres, que por la apariencia se diría que era elfo oscuro, llevó a rastras a Therris hasta la puerta y se lo dio a otro elfo. Con un gesto, envió a su menudo acompañante, ataviado con una capa azul, tras ellos. Se acercó a inspeccionar a Barenziah, que, aunque podía moverse, le palpitaba horriblemente la cabeza cuando lo intentó.

"Ábrete la camisa, Barenziah", dijo el elfo. Barenziah se quedó pasmada y se agarró la camisa. "Eres una chica, ¿verdad que sí, Berry?", dijo dulcemente. "Hace tiempo que tenías que haber dejado de disfrazarte de chico. Llevas meses llamando la atención. ¡Y además te haces llamar Berry! ¿Es que el imbécil de Straw no puede recordar nada más?"

"Es un nombre de lo más corriente entre los elfos", replicó Barenziah.

El hombre agitó la cabeza tristemente. "No entre los elfos oscuros, querida. Pero tampoco es que sepas mucho de los elfos oscuros, ¿no? Es una pena y no había remedio, pero intentaré solucionarlo".

"¿Quién eres?", preguntó Barenziah.

"Vaya, de qué le sirve a uno la fama", sonrió irónicamente encogiéndose de hombros. "Soy Symmaco, milady Barenziah. General Symmaco del Ejército Imperial de Su Portentosa y Terrible Majestad Tiber Septim I. ¡Bonito paseo nos hemos dado por todo Tamriel persiguiéndote, o al menos por esta parte! Aunque pensé, no sin error, que terminarías yendo a Morrowind. Habéis tenido suerte. Encontramos un cadáver en Carrera Blanca y, como pensábamos que sería Straw, dejamos de buscaros. Un error por mi parte, aunque no pensaba que aguantaríais tanto tiempo juntos".

"¿Dónde está? ¿Le ha pasado algo?", preguntó realmente atemorizada.

"Está bien de momento, bajo custodia". Se dio la vuelta. "¿Te preocupa?", dijo, y de repente la miró con voraz curiosidad, con unos ojos rojos que le parecieron extraños, excepto porque reflejaban los suyos propios, que rara vez había visto.

"Es mi amigo", dijo Barenziah. La respuesta le sonó torpe y desesperada. ¡Symmaco! Nada más y nada menos que el general del Ejército Imperial, del que se decía que era amigo y consejero del mismísimo Tiber Septim.

"Se diría que, si me permites el comentario, te juntas con malas compañías, milady".

"Deja de llamarme así". Estaba irritada por el aparente sarcasmo del general, pero él solo sonreía.

Conforme departían, se fue apagando el trajín y el barullo que había en la casa, aunque seguía oyendo susurros no lejos de allí, quizá de los moradores. El elfo alto se inclinó sobre una esquina de la mesa. Parecía relajado y dispuesto a quedarse un rato.

Entonces se le ocurrió. ¿A qué venía lo de las malas compañías? Él lo sabía todo de ella, o al menos sabía bastante, lo que para el caso es lo mismo. "¿Qué les va a pasar? ¿Y a mí?"

"Ah... Como sabrás, esta casa es propiedad del comandante de las tropas imperiales en la zona o, lo que es lo mismo, mi casa". Barenziah se quedó petrificada y Symmaco la miró con aspereza. "¿Es que no lo sabías? Vaya, vaya. Para tener diecisiete años, eres bastante imprudente, milady. Siempre hay que saber lo que uno hace o dónde se mete".

"Pero el gremio nunca... no...", dijo temblorosa Barenziah. Al gremio de ladrones jamás se le ocurriría perjudicar a tan altas esferas del Imperio. Por lo que sabía, nadie le llevaba la contraria a Tiber Septim. Alguien en el gremio había metido la pata hasta el fondo, y ella pagaría los platos rotos.

"Yo diría que Therris no contaba con la aprobación del gremio para este 'trabajo'. De hecho, me pregunto...", Symmaco examinó cuidadosamente la mesa, sacando los cajones. Escogió uno, lo puso encima del escritorio y abrió un falso fondo. Había un pliego de pergamino en su interior, que parecía un mapa. Barenziah se inclinó para ver más de cerca. Symmaco lo retiró riéndose. "¡Pues sí que eres imprudente!" Le echó un vistazo, lo dobló y lo volvió a poner en su sitio.

"Me recomendaste que buscase el conocimiento".

"Pues sí, es cierto que te lo recomendé". Parecía estar de muy buen humor. "Nos tenemos que ir, mi querida señora".

La acompañó escaleras abajo hasta la puerta, al exterior. Era de noche y no había ni un alma. Barenziah miró rápidamente a las sombras. Se preguntaba si le superaría a la carrera o si podría esquivarlo de algún modo.

"¿No estarás pensando en escaparte? ¿No quieres saber primero lo que voy a hacer contigo?", Barenziah pensó que estaba un tanto dolido.

"Pues ahora que lo dices, sí".

"Quizás quieras saber primero qué fue de tus amigos".

"No".

La respuesta pareció complacerle, pues a todas luces era la respuesta que esperaba, pensó Barenziah, pero también era la verdad. Si bien le preocupaban sus amigos, en especial Straw, más le preocupaba su propio pellejo.

"Ocuparás el lugar que te corresponde como reina de El Duelo".



S letterymmaco le explicó que hacía tiempo que a Tiber Septim y a él les rondaba esta idea. El Duelo, que había tenido un gobierno militar durante los doce años que ella había estado fuera, iba a volver gradualmente a manos civiles, por supuesto, bajo la tutela del Imperio y como parte de la provincia imperial de Morrowind.

"¿Pero por qué me enviaron a Llanura Oscura?", preguntó Barenziah, que apenas creía lo que acababa de oír.

"Para protegerte, naturalmente. ¿Por qué huiste?"

Barenziah se encogió de hombros. "No veía motivos para quedarme. Me lo debieron decir".

"A estas alturas, ya te lo habrían dicho. Pedí que te llevasen a la Ciudad Imperial para que pasases un tiempo en la corte del emperador. Pero ya te habías escapado. En lo que respecta a tu futuro, debería de haberte quedado bastante claro a estas alturas. A Tiber Septim no le interesa velar por aquellos que no le son de utilidad, ¿y de qué le ibas tú a servir?"

"Nada sé de él, ni de ti".

"Pues que sepas que Tiber Septim premia a amigos y enemigos según se merezcan".

Barenziah reflexionó un momento. "Straw se merece lo mejor y jamás le hizo daño a nadie. No es del gremio de ladrones y vino a protegerme. Se gana la vida por los dos haciendo recados y..."

Symmaco le pidió con la mano que se callara. "A Straw lo conozco de sobra", dijo, "y a Therris también". La miró fijamente. "Entonces, ¿qué vas a hacer?"

Barenziah respiró hondo. "Straw quería tener una granja. Si tan rica voy a ser, que le den una granja".

"Muy bien". Parecía sorprendido primero y después complacido. "Eso está hecho, le daremos la granja. ¿Y qué pasa con Therris?"

"Me traicionó", dijo Barenziah fríamente. Therris debió avisarla del riesgo que conllevaba el robo. Además, la dejó en manos del enemigo por salvar su pellejo. No merecía recompensa ni confianza alguna.

"Sí. ¿Y qué?"

"Pues tendría que sufrir por ello, ¿no?"

"Parece razonable. ¿Cómo quieres hacerle sufrir?"

Barenziah apretó los puños. Ya le habría gustado darle una buena tunda a ese khajiita ella misma, pero, teniendo en cuenta el giro que habían dado los acontecimientos, no habría sido digno de una reina. "Que lo flagelen. ¿Te parecen bien veinte latigazos? Como comprenderás, no quiero que lo dejen tullido, basta con que aprenda la lección".

"Por supuesto", dijo Symmaco con una sonrisa burlona. Después, cambió el gesto y se puso serio. "Así se hará, Su Alteza, Milady Reina Barenziah de El Duelo". A continuación, hizo una reverencia cortés y ridículamente hermosa.

A Barenziah se le iba a salir el corazón.



L letteros dos días que pasó en la morada de Symmaco estuvo muy ocupada. Una elfa oscura, Drelliane, se ocupaba de sus necesidades, aunque no parecía exactamente una sirvienta, pues comía con ella, y tampoco parecía ser la esposa o amante de Symmaco. Drelliane parecía divertida cuando Barenziah le preguntaba al respecto. Tan solo dijo que servía al general y que hacía cuanto le pedía.

Con la ayuda de Drelliane, encargaron varios vestidos y pares de zapatos de lo más elegantes, así como un traje y botas de montar, además de otros artículos necesarios. Barenziah se acomodó en una habitación para ella sola.

Symmaco pasaba mucho tiempo fuera. Lo solía ver a la hora de comer, pero no hablaba mucho de sí mismo o de lo que hacía. Era cordial y educado y bastante predispuesto a hablar de la mayoría de temas; además, le interesaba cualquier cosa que ella quisiera contarle. Drelliane tenía un carácter similar. A Barenziah le parecieron bastante agradables, aunque resultaba "difícil conocerlos", tal y como diría Katisha, lo que era causa de cierta frustración. Eran los primeros elfos oscuros con los que había tenido trato de verdad. Esperaba sentirse cómoda con ellos, que al fin pertenecía a algún sitio, que era parte de algo. No obstante, echaba en falta a sus amigos nórdicos, Katisha y Straw.

Cuando Symmaco le dijo que partirían a la mañana siguiente a la Ciudad Imperial, preguntó si podía despedirse de ellos.

"¿Katisha?", preguntó. "Tengo una deuda pendiente con ella. Fue quien me llevó a ti: me habló de Berry, la joven y solitaria elfa oscura que tanto necesitaba amigos elfos y que a veces se vestía de chico. Por lo que parece, no tiene vinculación alguna con el gremio de los ladrones. Y nadie dentro del gremio de ladrones sabe de tu identidad verdadera, aparte de Therris, lo que me parece bien. Sería deseable que lo del gremio no saliera a la luz. No se lo comentes a nadie, Alteza. Tales antecedentes no te harán reina del Imperio".

"Nadie lo sabe, únicamente Straw y Therris. Y no se lo van a contar a nadie".

"No", sonrío levemente. "No, claro que no".

Entonces no sabía que Katisha estaba enterada, pero, aun así, había algo en la forma de decirlo...

Straw vino a sus aposentos la mañana que iban a partir. Los dejaron solos en el salón, aunque Barenziah sabía que otros elfos podían escucharles. Parecía pálido y apagado. Se abrazaron en silencio durante unos minutos. Straw temblaba calladamente y las lágrimas le corrían por las mejillas, pero no dijo nada.

Barenziah intentó sonreír. "¿Has visto? Cada uno tiene lo que quería. Yo seré reina de El Duelo y tú serás señor de tu granja". Le cogió de la mano y le sonrío cálida y sinceramente. "Prometo que te escribiré, Straw, pero te tienes que buscar un escriba para responderme".

Straw hizo un gesto triste con la cabeza. Cuando Barenziah le insistió, abrió la boca y se la señaló, haciendo ruidos inarticulados. Ella comprendió: le habían cortado la lengua.

Barenziah se desplomó en una silla y lloró desconsoladamente.



"¿Por qué?", le preguntó a Symmaco una vez se retiró Straw. "¿Por qué?"

Symmaco se encogió de hombros. "Sabe demasiado y podría ser peligroso. Al menos está vivo. Además, ¡la lengua no le va a hacer falta para criar a los puercos!"

"¡Te odio!", le gritó Barenziah, para después doblarse y vomitar en el suelo. No cesó de insultarle a pesar de las arcadas. Escuchó impávido un rato mientras Drelliane limpiaba, y acabó pidiéndole que parase o la amordazaría el resto del viaje a la corte imperial.

Antes de salir de la ciudad, pararon en casa de Katisha. Symmaco y Drelliane no descabalgaron. A pesar de la aparente normalidad, Barenziah llamó a la puerta asustada. Katisha respondió. Barenziah dio gracias al cielo al ver que estaba bien, aunque se veía que había estado llorando. Fuera lo que fuese, abrazó tiernamente a Barenziah.

"¿Por qué lloras?", preguntó Barenziah.

"Pues por qué va a ser, ¡por Therris! ¿No te has enterado? ¡Pobre Therris! Lo han matado". Barenziah sintió como si le agarrasen el corazón con una mano helada. "Lo pillaron asaltando la casa del comandante. Me da pena, pero es que no tenía que haberlo hecho. Berry, ¡el comandante ordenó que lo ahogasen y desmembrasen esta mañana!". Se echó a llorar. "Preguntó por mí y fui a verlo. Sufrió muchísimo antes de morir. Fue espantoso y no lo olvidaré. Te busqué a ti y a Straw, pero nadie supo darme razón de vuestro paradero". Miró por detrás de Barenziah. "¿No es ese el comandante Symmaco?" Katisha hizo algo raro. Dejó de llorar y sonrió. "¡En cuanto lo vi pensé que este sí que estaba a tu altura!", Katisha se plegó el delantal y se lo pasó por los ojos. "Le hablé de ti".

"Sí, lo sé", dijo Barenziah. Le cogió las manos a Katisha y la miró profundamente. "Katisha, te quiero y te voy a echar de menos. Pero jamás se te ocurra contarle a nadie nada de mí, júrame que no lo harás, sobre todo a Symmaco. Y prométeme que cuidarás a Straw por mí".

Katisha asintió, asombrada pero dispuesta. "Berry, ¿no sería por mi culpa que apresaron a Therris? Jamás menté a Therris en su presencia", dijo, mirando al general.

Barenziah le aseguró que fue un confidente quien comunicó los planes de Therris a la guardia imperial. Lo más seguro es que fuera mentira, pero sabía que Katisha necesitaba algún tipo de consuelo.

"Dadas las circunstancias, no puedo sino alegrarme. No quiero ni pensarlo, ¿pero cómo iba a saberlo?". Se inclinó y le susurró al oído de Barenziah, "¿A que es guapo Symmaco? Y un encanto".

"No sabría decirte", dijo Barenziah secamente. "No me lo he planteado. He tenido otras cosas en las que pensar." Explicó apresuradamente que llegaría a ser reina de El Duelo y que se alojaría una temporada en la Ciudad Imperial. "El emperador le ordenó que me buscase, y ya está. Soy una misión, una especie de objetivo. No creo que se fije en mí como mujer. Aunque sí que dijo que no tenía aspecto de muchacho", añadió, ante la incredulidad de Katisha. Katisha sabía que Barenziah medía a todos los varones con que se topaba por lo deseables que fueran y por su disponibilidad. "Quizás sea por la sorpresa de descubrir que soy reina", añadió, y Katisha convino en que debió suponerle todo un sobresalto, por poco que esperase experimentarlo de primera mano. Sonrió y Barenziah le devolvió el gesto. Se volvieron a abrazar, llorosas, por última vez. Jamás volvió a ver a Katisha ni a Straw. La comitiva real abandonó Riften por la gran puerta del sur. Una vez la cruzaron, Symmaco le palmeó el hombro y le señaló los pórticos que dejaban a atrás. "¿No quieres despedirte de Therris también, Majestad?", le dijo.

Barenziah miró breve pero fijamente al cráneo empalado sobre la puerta. Los pájaros habían hecho su trabajo, pero el rostro aún era reconocible. "No creo que me oiga, aunque estoy segura de que le agradaría saber que estoy bien," dijo, intentando parecer tranquila. "Reanudemos nuestro camino, general".

Symmaco estaba decepcionado por la falta de reacción. "Supongo que te lo contó Katisha".

"Pues sí. Estuvo en la ejecución", respondió Barenziah, como quien no quiere la cosa. Barenziah pensaba que, si no lo sabía aún, pronto lo descubriría.

"¿Sabía acaso que Therris pertenecía al gremio?"

Barenziah se encogió de hombros. "Todo el mundo lo sabía. Únicamente los miembros menores como yo deben mantenerlo en secreto. A los peces gordos los conoce todo el mundo". Se volvió para reírse maliciosamente de él. "Pero si tú ya lo sabes todo, general", dijo dulcemente.

Symmaco no parecía alterado. "Así que le dijiste quién eras y de dónde venías, pero no que estabas en el gremio".

"No es lo mismo: no era ese secreto el que debía ocultar, sino el otro. Además, Katisha es honrada a más no poder. Si se lo hubiera dicho, no me habría visto con tan buenos ojos. A Therris le insistía para que se dedicase a un trabajo más honesto. Tengo en alta estima su opinión". Se permitió regalarle una fría mirada. "No es algo que debiera preocuparte, ¿pero sabes qué más pensaba? Dijo que me convendría sentar cabeza con uno de mi raza, uno de buena casta, que sepa decir la palabra adecuada en su justo momento. Tú, para ser exactos". Agarró bien las riendas antes de acelerar el paso, pero no sin lanzar una última pulla que no se pudo callar. "¿A que resulta extraño cuando los deseos se hacen realidad, pero no como lo espera uno, o mejor dicho, no como uno habría esperado que se cumpliesen?"

Su respuesta le sorprendió tanto que casi se olvida de reducir el trote. "Sí, es muy extraño", contestó, en un tono acorde con la respuesta. Entonces se disculpó y se rezagó.

Ella alzó la cabeza y siguió cabalgando con aire indiferente. ¿Por qué le molestaba tanto su respuesta? No era, ni mucho menos, lo que acababa de decir, sino cómo lo había dicho, lo que le llevaba a pensar que ella no era sino uno de los deseos que se habían hecho realidad. Por poco probable que pareciera, deliberó debidamente al respecto. Symmaco la había encontrado tras meses de búsqueda, sin duda soportando la presión del emperador. De ahí que su deseo se hubiera hecho realidad. Sí, eso debía ser.

Pero, al parecer, no cómo él habría esperado.
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