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Localizaciones[]
Morrowind[]
- Capillas imperiales, Corazón de Ébano.
- Corprusario, Tel Fyr.
- Torre Telvanni, Vivec.
Oblivion[]
- Casa de Ruslan, Barrio del Templo de la Ciudad Imperial.
- Gremio de Magos de Leyawiin, Leyawiin.
- Universidad Arcana, Ciudad Imperial.
Skyrim[]
Online[]
Contenido[]
Ynaleigh era el terrateniente más rico de Gunal y, con los años, había acumulado una inmensa dote para el hombre que desposara a su hija Genefra. Cuando esta alcanzó la edad de casarse, Ynaleigh escondió todo el oro en un lugar seguro y anunció su intención de ofrecerla en matrimonio. Genefra era una muchacha atractiva, estudiosa y atlética, pero de aspecto adusto y taciturno. Ese defecto de su personalidad no influyó lo más mínimo a sus pretendientes, como tampoco lo hicieron sus cualidades positivas. Todos conocían la inmensa riqueza que disfrutaría aquel que se convirtiera en marido de Genefra y yerno de Ynaleigh. Solo eso fue suficiente para que cientos de galanes llegaran a Gunal para cortejarla.
«Para evitar que el hombre que despose a mi hija», dijo Ynaleigh a los presentes, «lo haga por pura codicia, deberá demostrarme primero que dispone de suficientes riquezas».
Bastaron estas simples palabras para que se retirara la mayoría de los allí reunidos, pues sabían que no podrían impresionar al terrateniente con sus míseras fortunas. Durante los días siguientes, llegaron unas pocas decenas de pretendientes en magníficos carruajes, acompañados por sirvientes exóticos y vestidos con sus mejores galas. De todos los que recibieron la aprobación de Ynaleigh, quien más destacó fue Welyn Naerillic. El joven, de quien nadie había oído hablar antes, llegó en una carroza de ébano tirada por varios dragones y vestido con ropas nunca vistas. Lo acompañaba todo un séquito de sirvientes de lo más extravagante: sus ayudas de cámara tenían ojos en todas las partes de la cabeza y sus criadas parecían estar bañadas en piedras preciosas.
Para Ynaleigh, sin embargo, esto no era suficiente.
«El hombre que despose a mi hija debe demostrar su inteligencia, pues no aceptaré a un ignorante como yerno ni como socio», apuntó.
Esta condición descartó a gran parte de los pretendientes, ya que, precisamente por su acaudalada fortuna, nunca se habían visto obligados a utilizar su intelecto en demasía. Algunos pretendientes más se presentaron unos días más tarde. Para mostrar su ingenio y sabiduría, citaron a los sabios más grandes de todos los tiempos y explicaron sus filosofías metafísicas y alquímicas. Welyn Naerillic también se personó e invitó a Ynaleigh a cenar en la villa que había alquilado a las afueras de Gunal. Allí, el terrateniente se sorprendió al ver a decenas de escribas trabajando en traducciones de tratados aldmeri y disfrutó al comprobar la irreverente, aunque intrigante, inteligencia del joven.
A pesar de que Welyn Naerillic le había impresionado gratamente, aún le faltaba un requisito más por cumplir.
«Quiero muchísimo a mi hija», dijo Ynaleigh, «y deseo que el hombre que la despose la haga feliz. A quien le saque una sonrisa, le entregaré gustoso tanto su mano como su dote».
Los pretendientes hicieron cola durante días para cantarle canciones, proclamar su devoción y describir su belleza de las formas más poéticas. Genefra se limitaba a contemplarlos con aversión y melancolía. Ynaleigh, siempre a su lado, empezaba a desesperarse. Finalmente, llegó el turno de Welyn Naerillic.
«Yo haré sonreír a vuestra hija», dijo. «Incluso me atrevo a asegurar que la haré reír a carcajadas, pero solo cuando sea aceptado como yerno. Si una hora después de nuestro compromiso ella sigue sin estar convencida, la boda puede anularse».
Ynaleigh se volvió hacia su hija. Aunque no estaba sonriendo, podía leerse cierta curiosidad morbosa en el brillo de su mirada. Como nadie más había logrado algo parecido, Ynaleigh aceptó.
«Naturalmente, entregaré la dote cuando estéis casados», dijo. «No basta con estar comprometidos».
«¿Podría ver la dote de todas formas?», preguntó Welyn.
Ynaleigh era consciente de la fascinación que producía su tesoro y, dado que este hombre parecía ser quien más cerca estaba de poseerlo, accedió a su petición. La verdad es que ya había empezado a apreciar a este tal Welyn. Tras dar las órdenes pertinentes, Welyn, Ynaleigh, la apagada Genefra y el castellano se adentraron en las profundidades del bastión. Para pasar la primera cámara acorazada había que tocar varias runas en un orden determinado. Si se producía algún error, se dispararían varias flechas envenenadas hacia el ladrón. Ynaleigh se enorgullecía especialmente del siguiente mecanismo de seguridad: una cerradura con dieciocho pestillos, afilados como cuchillas, que se abría girando simultáneamente tres llaves distintas. Si se intentaba forzar cualquiera de los pestillos, sus afilados bordes destriparían al incauto. Finalmente, llegaron a la cámara del tesoro.
Estaba completamente vacía.
«¡Por Lorkhan, nos han robado!», gritó Ynaleigh. «Pero ¿cómo es posible? ¿Quién ha podido hacerlo?».
«Un humilde aunque, si se me permite decirlo, bastante habilidoso ladrón», dijo Welyn. «Un hombre que ama a vuestra hija desde hace muchos años, pero que no posee ni la grandeza ni los conocimientos necesarios para impresionaros. Al menos, así era hasta que vuestro oro me dio la oportunidad».
«¿Tú?», bramó Ynaleigh, incrédulo. Y entonces ocurrió lo realmente increíble.
Genefra se echó a reír. Nunca en su vida se había imaginado que podría conocer a alguien así. Se lanzó a sus brazos ante la enojada mirada de su padre, quien tras breves instantes, también comenzó a reír.
Genefra y Welyn se casaron un mes después. Aunque Welyn era pobre y su educación dejaba bastante que desear, Ynaleigh se quedó sorprendido al ver cómo sus negocios crecían gracias a su yerno y socio. Evitó, sin embargo, preguntarle de dónde provenía tanto oro.
Nota del editor:
Los relatos sobre pretendientes que, para conseguir la mano de una doncella, son puestos a prueba por su padre (normalmente un hombre rico o un rey) suelen abundar. Como ejemplo reciente tenemos la obra de Jole Yolivess «Cuatro pretendientes de Benitah». El comportamiento de los personajes en este relato se aleja bastante del carácter dwemer. Nadie conoce realmente las costumbres matrimoniales de los dwemer, ni siquiera se sabe a ciencia cierta si contraían matrimonio.
Tanto de este relato como de otros cuentos de Marobar Sul, se desprende una extraña teoría sobre la desaparición de los enanos que afirma que, en realidad, nunca abandonaron Nirn, ni mucho menos el continente de Tamriel, sino que aún se encuentran entre nosotros, aunque enmascarados. Los eruditos se sirven de la historia de «Azura y la caja» para sugerir que los dwemer temían a un ser que no podían comprender ni controlar, Azura, y que adoptaron la vestimenta y las costumbres de los chimer y altmer para ocultarse del mismo.
Apariciones[]
- The Elder Scrolls III: Morrowind (primera aparición).
- The Elder Scrolls IV: Oblivion (como Más que mortal).
- The Elder Scrolls V: Skyrim.
- The Elder Scrolls Online (como Pergaminos ancestrales de los dwemer 10).