Elder Scrolls
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E lettersta historia fue transcrita a partir de los recuerdos de Clarisse Vien, estudiante de Hibernalia. Elementos de la leyenda sugieren una fecha cercana al 1030 de la Primera Era, aunque, como con cualquier tradición oral, gran parte es un anacronismo posterior. Curiosamente, en otros mitos antiguos de la Cuenca aparecen historias sobre un rey parecido y su espada legendaria.



H letterace mucho tiempo, nació un niño en las Colinas Hendidas. Lo llamaron Faolan, que en la lengua de la Cuenca significa "Águila Roja", debido a la chirriante llamada de pájaro que dio la bienvenida a su nacimiento y a las flores escarlatas de las montañas otoñales.

Así comenzó su leyenda: un niño de la Cuenca, nacido bajo auspicios favorables, con el mismo nombre del color de la sangre.

En aquellos días, diez reyes gobernaban la Cuenca, y aunque los hombres eran libres, el pueblo estaba desperdigado y luchaban entre sí. Los augurios predijeron el destino del chico: un guerrero sin igual, primero y más destacado señor de la Cuenca, elegido para unirlos a todos bajo su nombre.

Faolan creció, igual que hizo su fuerza, y parecía que la profecía se iba a cumplir. La bandera del Águila Roja fue izada a lo largo de la Cuenca y su pueblo prosperó.

Entonces llegó Hestra, emperatriz del sur, cabalgando hacia la guerra. Uno por uno, los reyes le plantaron cara. Uno por uno, fueron cayendo, doblegándose con tratos imperiales o siendo asesinados en el campo de batalla.

Sus legiones llegaron por fin a las Colinas Hendidas y se enviaron mensajeros para negociar la rendición. Faolan se negó a ceder la libertad de su pueblo, pero los más mayores tenían miedo, y lo expulsaron y aceptaron el yugo Imperial.

De este modo fue despojado por los invasores extranjeros: de su tierra, de su pueblo y de su propio nombre. En los años que siguieron, Águila Roja llegó a ser conocido como el espíritu indomable de la Cuenca, indoblegable, inquebrantable, manchado con la sangre de sus enemigos.



R lettereunió a hombres de la Cuenca que le eran leales, aquellos que se aferraban a las viejas costumbres, que anhelaban la liberad, y forjaron una nueva nación. Juntos, caían de noche sobre los ocupantes y los traidores, desapareciendo al amanecer en los acantilados y las cuevas, para evitar ser capturados. No fue suficiente. Por cada patrulla y guarnición Imperial que eliminaban, parecía que marcharan más aún desde el verde sur para sustituirlas.



U letterna noche, bajo un cielo ahogado de nubes, los hombres de Águila Roja se calentaban junto a húmedos fuegos de un musgo que ardía lentamente. Una figura agachada y que arrastraba los pies se les acercó, cubierta de harapos, con el rostro encapuchado. Aunque sus hombres se burlaron y lanzaron piedras al extraño, Faolan sintió algo y lo llamó por señas. La capucha cayó hacia atrás en la tenue luz y la figura se reveló como una de las ancianas y venerables brujas cuervo, que le ofreció poder a cambio de un precio, y firmaron un pacto.

Así negoció con la bruja: su corazón, su voluntad, su humanidad. Desde ese día en adelante, el suyo fue un espíritu de venganza, sin piedad y más allá del remordimiento. Los rebeldes crecieron en fuerza y número y nadie podía hacerles frente. Los ojos de Faolan ardían fríamente en aquellos días, ópalos negros que reflejaban una mente que no le pertenecía por completo. Transcurrieron dos años y los extranjeros fueron expulsados de la Cuenca.

No obstante, dicha paz no podía durar, y una gran horda cayó sobre ellos, un rápido ejército de invasores como nunca hubo igual. Durante una quincena, los generales de Hestra asediaron la fortaleza de Águila Roja, hasta que él mismo salió a combatir, sin compañía y cubierto solo con su furia justiciera. Mil extranjeros cayeron ante su espada llameante y el enemigo fue expulsado Aun así, al caer la noche, también cayó él. Los guerreros que fueron hacia él dijeron que, en aquella noche final, los ojos de Faolan volvían a estar despejados.

Fue llevado hasta el lugar que le habían preparado, una tumba escondida en las profundidades de la roca. Con la fuerza que le quedaba, presentó su espada a su gente y prestó un juramento: que continuaran luchando y que cuando el último rincón de la Cuenca fuera libre, le devolvieran su espada, para que pudiera levantarse y guiarlos de nuevo.

De este modo lo dio todo por su pueblo: su vida, su sueño y su espada. Pero cuando todas las deudas sean pagadas con sangre, volverá a reclamarlos una vez más.
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