Localización[]
Morrowind[]
Oblivion[]
Skyrim[]
- Mazmorras del Bastión del Brillo Tenue, en lo alto de una estantería en la sala que hay tras las mazmorras.
- Prisión del Fuerte Amol, en los estantes a la izquierda de la entrada.
- En la casita de Drelas, arriba en un estante.
- Jorrvaskr, en el sótano en el extremo de la sala.
Contenido[]
Me dijiste que, si su hermano ganaba, ella sería la hermana del rey de Quietud y Reman la mantendría dentro de la alianza. Pero su hermano Helseth ha perdido y se ha escapado con su madre de vuelta a Morrowind, y Reman aún no la ha dejado para casarse conmigo". Lady Gialene tomó una larga y lenta calada de la pipa de agua y espiró el aliento del dragón, dejando que las esencias de flores perfumasen su cámara dorada. "Eres un mal consejero, Kael. Tendría que haberme dedicado a conquistar al rey de Nubelia o Alinor en vez de cortejar al desgraciado marido de la reina Morgiah".
Kael no quería herir la vanidad de su señora insinuando que el rey de Primada tal vez se hubiese enamorado de su reina dunmer. En su lugar, le dio unos minutos para que se tranquilizase y mirase desde el balcón los palacios que se levantaban en los altos acantilados del antiguo capitolio. Las lunas brillaban como el cristal sobre las profundas aguas de azul zafiro del mar de Abecea. Aquí siempre era primavera y, por lo tanto, podía entender perfectamente por qué prefería un trono en esta tierra antes que en Nubelia o Alinor.
Finalmente dijo: "La gente está contigo, mi señora. No les entusiasma la idea de que los herederos del elfo oscuro Reman controlen el reino cuando él haya muerto".
"Me pregunto. Me pregunto si el rey no dejaría a su reina por nuevas alianzas, o si ella abandonaría la idea por miedo. De todo el pueblo de Primada, ¿a quién le disgusta más la idea de sufrir la influencia de los dunmer en la corte?"
"¿Es una pregunta trampa, mi señora?", inquirió Kael. "A los monjes de Trebbite, por supuesto. Siempre han querido un linaje puro de altmer en Estivalia, y sobre todo en las familias reales. Pero, mi señora, no son unos buenos aliados".
"Lo sé", dijo Gialene, y volvió a coger la pipa de agua con aire pensativo y una sonrisa en su cara. "Morgiah se ha dado cuenta de que no tienen ningún poder. Los habría exterminado a todos juntos si Reman no la hubiese detenido, pues él sabe todo el bien que hacen por la gente del campo. ¿Qué pasaría si se encontrasen de repente con una benefactora muy poderosa, una que tenga un profundo conocimiento de la corte de Primada, la primera concubina del rey, y todo el oro que necesitasen para comprar armas que su padre, el rey de Vigía Celestial, podría proporcionarles?
"Bien armados y gozando del apoyo de la gente del campo, serían invencibles", asintió Kael. "Pero como consejero tuyo que soy, debo advertirte de algo: si te conviertes en enemiga activa de la reina Morgiah, debes jugar a ganar. Ha heredado buena parte de la inteligencia y del espíritu de venganza de su madre, la reina Barenziah".
"No sabrá que soy su enemiga hasta que sea demasiado tarde", dijo Gialene encogiéndose de hombros. "Ve al monasterio de Trebbite y tráeme a fray Lylim. Debemos comenzar a esbozar nuestro plan de ataque".
Durante dos semanas habían estado advirtiendo a Reman del creciente resentimiento que existía entre los campesinos, que llamaban a Morgiah la "Reina Negra", aunque no era nada nuevo para él. Sin embargo, su atención se centraba en los piratas de una pequeña isla cercana a la costa llamada Calluis Lar. Últimamente se habían vuelto mucho más atrevidos y habían atacado barcazas reales mediante asaltos organizados. Para dar un gran golpe de efecto, ordenó que la mayor parte de su milicia invadiese la isla, incursión que él mismo dirigiría.
Pocos días después de que Reman abandonase el capitolio, comenzó la revuelta de los monjes de Trebbite. Los ataques estaban bien coordinados y comenzaron sin previo aviso. El jefe de los guardias no esperó a ser anunciado e irrumpió en el dormitorio de Morgiah adelantándose a una avalancha de sirvientas.
"Mi reina", dijo, "es la revolución".
Por el contrario, Gialene estaba bien despierta cuando Kael llegó para explicarle la situación. Estaba sentada al lado de la ventana, fumando en su pipa de agua y mirando los fuegos que se veían a lo lejos, en las colinas.
"Morgiah está reunida con el Consejo", constató. "Seguro que le están diciendo que los monjes de Trebbite están detrás de la revuelta y que la revolución estará a las puertas de la ciudad por la mañana".
"¿Qué ventaja numérica tiene el ejército revolucionario sobre la milicia real que queda?", preguntó Gialene.
"La balanza está a nuestro favor", respondió Kael, "aunque quizá no tanto como esperábamos. Parece que a la gente del campo le gusta quejarse de su reina, pero se han mantenido alejados de la insurrección. La armada está compuesta principalmente por los propios monjes y una horda de mercenarios pagados con el oro de tu padre, mi reina. En cierto modo es mejor así, son más profesionales y están más organizados que una masa de gente normal. En realidad son una verdadera armada, con una sección de cornetas y todo".
"Si eso no asusta a la Reina Negra y la obliga a abdicar, nada lo hará", exclamó Gialene levantándose de la silla con una sonrisa. "La pobrecilla debe de estar fuera de sí de preocupación. Tengo que apresurarme a ir junto ella y disfrutar del momento".
Cuando vio a Morgiah salir de la Cámara del Consejo, Gialene se decepcionó. Teniendo en cuenta que la habían despertado de un profundo sueño los gritos de revolución y que había pasado las últimas horas reunida con sus precarias fuerzas generales de defensa, estaba muy guapa. Se adivinaba una desafiante chispa de orgullo en sus brillantes ojos rojos.
"¡Mi reina!", gritó Gialene fingiendo lágrimas que parecían reales. "¡He venido en cuanto me he enterado! ¿Nos van a masacrar a todos?"
"Existen bastantes posibilidades", replicó secamente Morgiah. Gialene intentó leer en su rostro, pero las expresiones de las mujeres, especialmente las extranjeras, suponían un escollo más grande incluso que las de los hombres altmer.
"Me odio a mí misma por el simple hecho de proponer esto," dijo Gialene, "pero ya que eres la causa de su ira, puede que se dispersasen todos si abandonases el trono. Compréndelo, mi reina, lo hago por el bien del reino y de nuestras propias vidas".
"Entiendo el fondo de tu sugerencia", contestó sonriendo Morgiah. "Y lo tendré en cuenta. Créeme, yo misma lo he pensado. Pero no creo que lleguemos a eso".
"¿Tiene un plan para defendernos?", inquirió Gialene contrayendo los músculos de la cara hasta alcanzar una expresión que sabía que denotaba una esperanza infantil.
"El rey nos ha dejado varias docenas de magos guerreros", dijo Morgiah. "Creo que esa turba cree que no tenemos más que los guardias de palacio y algunos soldados para protegernos. Cuando lleguen a las puertas y les demos la bienvenida con una oleada de bolas de fuego, creo que hay muchas posibilidades de que se desanimen y se retiren".
"Pero, ¿no tendrán alguna protección contra tal ataque?", preguntó Gialene con su mejor voz de preocupación.
"Si lo supiesen, claro que sí, podrían tenerla. Pero no es muy probable que una masa indisciplinada tenga magos entrenados en las artes de la restauración, para poder defenderse de los hechizos, o en las artes del misticismo, para poder reflejar los sortilegios de mis magos guerreros. Eso sería poniéndonos en lo peor. Pero incluso si están tan organizados como para disponer de místicos en sus filas, suficientes como para devolver tantos hechizos, no queda ahí la cosa. Ningún comandante de campo recomendaría ese tipo de defensa durante un asedio a menos que supiese exactamente con lo que se va a encontrar. Y, por supuesto, si ya se encuentran atrapados", explicó Morgiah guiñando el ojo, "será demasiado tarde para llevar a cabo un hechizo de contraataque".
"Una solución muy astuta, alteza", dijo Gialene honestamente impresionada.
Morgiah se excusó para ir a reunirse con sus magos guerreros y Gialene le dio un abrazo antes de que partiese. Kael esperaba a su señora en los jardines de palacio.
"¿Hay místicos entre los mercenarios?", preguntó sin perder ni un minuto.
"De hecho, hay varios", respondió Kael desconcertado por tal pregunta. "En su mayoría han sido rechazados por la Orden Psijic, pero saben lo suficiente como para lanzar los hechizos típicos de la escuela".
"Debes colarte por las puertas de la ciudad, salir y decirle a fray Lylim que lancen hechizos de reflejo en toda la línea del frente antes de atacar", explicó Gialene.
"Es una estrategia de batalla más que irregular", dijo Kael frunciendo el ceño.
"Lo sé, es de locos, pero es lo que desea Morgiah. Hay un grupo de magos guerreros que van a esperar en las almenas para dar la bienvenida a nuestro ejército con una barrera de bolas de fuego".
"¿Magos guerreros? Pensaba que el rey Reman se los llevaría para luchar contra los piratas".
"Eso es lo que tú crees", dijo Gialene riendo. "Pero entonces caeríamos derrotados. ¡Y ahora vete!"
Fray Lylim estaba de acuerdo con Kael: era una forma muy extraña y desconocida de comenzar una batalla, lanzando hechizos de reflejo sobre todas las tropas. Iba en contra de cualquier tradición y, como monje de Trebbite, valoraba la tradición sobre cualquier otra virtud. Sin embargo, no había mucho donde escoger para defenderse, dada la inteligencia del ataque. En realidad, disponía de pocos curanderos en el ejército y no podía malgastar sus energías lanzando hechizos de resistencia.
Al rayar el alba, el ejército rebelde avistaba los brillantes chapiteles de Primada. Fray Lylim reunió a todos los soldados que conocían hasta los más rudimentarios secretos del misticismo, que sabían cómo aprovechar los acertijos y entresijos elementales de las energías mágicas. Aunque había pocos que fuesen maestros en esas artes, su fuerza conjunta era poderosa y digna de admiración. Una gran oleada de crepitante poder inundó al ejército e infundió valor en todos con su fuerza fantasmal. Al llegar a las puertas, cada soldado, hasta el menos imaginativo, sabía que durante mucho tiempo ningún hechizo le llegaría a afectar.
Fray Lylim veía a su ejército aporrear la puerta con la gran satisfacción de un comandante que ha contrarrestado un ataque impensable con una extravagante defensa. Rápidamente una sonrisa invadió su cara.
En las almenas no se encontraron con magos guerreros, sino con arqueros comunes de la guardia de palacio. En cuanto las flechas llameantes caían sobre los sitiadores como una lluvia rojiza e incandescente, los curanderos se apresuraban a ayudar a los heridos, pero sus hechizos de curación se veían impotentes ante los efectos de reflejo de los moribundos, que morían uno tras otro. El caos se adueñó de los atacantes, que de repente se vieron indefensos y cayeron presas del pánico, emprendiendo una retirada totalmente desorganizada. El mismísimo fray Lylim había considerado brevemente la posibilidad de mantenerse firme ante la masacre antes de escapar definitivamente.
Más tarde enviaría notas llenas de furia a lady Gialene y a Kael, pero siempre venían de vuelta. Ni sus mejores agentes secretos dentro de palacio lograban conocer su paradero.
Y daba la casualidad de que ninguno de ellos tenía mucha experiencia con eso de la tortura, por lo que muy pronto confesaron su traición para satisfacción del rey. Kael fue ejecutado y a Gialene la enviaron de vuelta, escoltada a Vigía Celestial, a la corte de su padre, que aún tenía que encontrarle un marido. Por el contrario, Reman había decidido no aceptar a una nueva concubina real. El pueblo de Primada consideró este incumplimiento del protocolo de palacio como una nueva influencia extranjera de la Reina Negra, y se quejaban de ello a cualquier persona que quisiera escuchar.
Apariciones[]
- The Elder Scrolls III: Morrowind (primera aparición).
- The Elder Scrolls IV: Oblivion.
- The Elder Scrolls V: Skyrim.