Elder Scrolls
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Artículo principal: Libros (Online)

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Autor desconocido

Cuando partimos siguiendo el rumor de unas ruinas intactas, perdidas entre los riscos y las cumbres envueltas en niebla de las montañas Jerall, en la frontera entre Skyrim y Cyrodiil, éramos jóvenes y optimistas. Nuestros mapas eran inadecuados, al igual que nuestros planes y preparativos. Estábamos a punto de morir de hambre, ateridos y perdidos, cuando la suerte quiso que diéramos con la entrada, que estaba semienterrada y cubierta por una capa de hielo, en las elevadas cumbres.

Para cuando conseguimos abrir la puerta, bloqueada por una combinación de mecanismos arcanos y mecánicos, nuestras provisiones ya se habían reducido peligrosamente. Sin embargo, valió la pena. En cuanto se abrió la barrera y contemplamos el interior envuelto en la oscuridad, nos quedó claro que el rumor era cierto. ¡Aquel lugar nunca había sido alterado por ladrones ni por carroñeros! ¿Quién sabía qué encontraríamos dentro?

Era imposible saberlo. Ya el vestíbulo era de lo más inusual. Tenía una escalera de metal brillante, con molduras ornadas con extraños glifos y emblemas angulares. Al pisar el primer escalón con la bota, se oyó un sonido resonante que hizo que todos nos sobresaltáramos. Cada paso creaba una nueva y dulce reverberación a medida que descendíamos hacia el fondo, ansiosos por escapar del frío y animados ante la perspectiva del descubrimiento.

La sala circular que se abría ante nosotros en la base de la escalera era tan grande como cincuenta hombres tumbados en fila a lo largo, y la elevada cúpula desaparecía en las sombras. En el centro de la sala se alzaban trece estatuas enormes, con los brazos extendidos a los lados y las piernas separadas a la altura de los hombros. Todas vestían trajes de armadura distintos, cada uno confeccionado con un material diferente. Pudimos identificar algunos (como el acero, el ébano y el hierro), pero fuimos incapaces de reconocer muchos otros a simple vista.

Varios trajes presentaban extrañas placas angulares de metal o piedras preciosas en las articulaciones o en el yelmo, y algunas tenían frases y diseños grabados. La estructura de la sala transmitía una sensación de reverencia; la posición de las estatuas y su tamaño hacía que casi pareciera sagrada. Avanzamos entre las estatuas, admirando sus armaduras y deseando tener mayores conocimientos de herrería y metalistería.

Justo en el centro se alzaba un monolito de bronce de trece lados, grabado de arriba abajo con caracteres y diagramas que parecían estar relacionados con las armaduras que llevaban las estatuas. Nos acercamos al monumento, pero, maravillados por los misterios que se abrían ante nosotros, olvidamos que éramos intrusos y descuidamos las medidas de precaución que deben tomarse en este tipo de lugares. Extendí una mano para tocar el metal y, en cuanto mi piel entró en contacto con él, estalló el caos.

No recuerdo nada más que los gritos de mis compañeros, los brillantes destellos de luz y la carrera enloquecida hacia las escaleras, que resonaron con fuerza mientras ascendía por ellas para regresar a la nieve. Entonces me di cuenta de que estaba solo. Aunque tenía el cuerpo magullado y el corazón desconsolado por la pérdida de mis compañeros de expedición, conseguí llegar a una pequeña aldea por la gracia de los Divinos. Nunca conseguí localizar la entrada de nuevo, de modo que sus secretos siguen esperando, escondidos en la nieve.

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