Elder Scrolls
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Ravio sabía que este no era el único sacrificio. Aquella noche robó la virtud de la baronesa. De hecho, repitió la proeza en varias ocasiones hasta bien entrada la madrugada. Exhausto, aunque saciado, se escabulló antes de que asomara la aurora.}}
 
Ravio sabía que este no era el único sacrificio. Aquella noche robó la virtud de la baronesa. De hecho, repitió la proeza en varias ocasiones hasta bien entrada la madrugada. Exhausto, aunque saciado, se escabulló antes de que asomara la aurora.}}
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[[Categoría:Libros/Skyrim]]

Revisión del 18:06 12 dic 2011

E lettersta es la historia del Ladrón de la Virtud. En la ciudad de Sutch, allá por las tierras de Páramo del Martillo, vivía un barón bastante acaudalado y coleccionista de monedas. La baronesa Veronique, que encontraba esta afición francamente tediosa, disfrutaba, sin embargo, del estilo de vida que le proporcionaba la fortuna del barón.

Ravio Terino era un famoso ladrón que incluso se jactaba de ser el maestre del mítico gremio de ladrones. Nada más que palabrería, claro está, ya que el último gremio conocido había desaparecido 450 años antes.

Ravio opinaba que el barón debía compartir su riqueza, concretamente, con él mismo. Con esa intención, se introdujo en el castillo una oscura noche.

Los altos muros parecían imposibles de escalar, pero Ravio, el muy astuto, utilizó una flecha de penetración para fijar una cuerda a las almenas. Una vez arriba, debía esquivar a los guardias del barón, pero, al amparo de las sombras, consiguió pasar desapercibido.

Entrar en la fortaleza resultó un juego de niños, pero una ingeniosa cerradura con 13 pestillos protegía los aposentos del barón, y tuvo que romper nada menos que nueve ganzúas para abrirlos. Después, con un tenedor, un poco de cuerda y un odre de vino, pudo desactivar las siete trampas que protegían la colección de monedas. Realmente, Ravius era todo un maestro.

En cuanto consiguió su botín, Ravio emprendió la huida, pero comprobó que no tenía vía libre. El barón había visto la puerta abierta y había ordenado a los guardias que lo registraran todo. Ravio se internó aún más en el castillo, tan solo un paso por delante de los guardias.

Su única escapatoria era atravesar el tocador de la baronesa. Cuando entró, la dama se estaba preparando para irse a dormir. Habría que añadir, en este punto de la historia, que Ravio era bastante apuesto, mientras que la baronesa carecía de atractivo, la verdad, y ninguno de estos dos puntos pasó desapercibido para ninguno.

"¿Pretendes despojarme de mi virtud?", preguntó la dama temblando.

"No, mi señora", respondió Ravio intentando improvisar. "Despojar no es la palabra adecuada para una flor tan delicada como tu virtud".

"Veo que tienes la preciada colección de monedas de mi marido". Ravio la miró a los ojos y vio la única forma de escapar con vida esa noche. El sacrificio que tendría que hacer sería doble.

"Estas monedas son de gran valor, pero acabo de encontrar un tesoro realmente incalculable", dijo quedamente Ravio. "Dime, bella entre las bellas, ¿por qué tu marido protege con siete trampas mortales estas simples monedas y con una simple cerradura a una esposa tan virtuosa?"

"Ignace solo se preocupa de sus objetos, es lo único que verdaderamente estima", replicó Veronique airada.

"Yo, sin embargo, daría toda mi fortuna para disfrutar de tu presencia aunque fuera un instante".

Y mientras decía esto, depositó a sus pies las monedas que tanto esfuerzo le habían costado. La baronesa se echó a sus brazos. Cuando el capitán de la guardia solicitó entrar para inspeccionar sus aposentos, la baronesa, que había escondido a Ravio, le entregó las monedas aduciendo que se le habían caído al ladrón al huir por la ventana.

Ravio sabía que este no era el único sacrificio. Aquella noche robó la virtud de la baronesa. De hecho, repitió la proeza en varias ocasiones hasta bien entrada la madrugada. Exhausto, aunque saciado, se escabulló antes de que asomara la aurora.