Elder Scrolls
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Los horrores del castillo Xyr, parte 1[]

Los horrores del castillo Xyr, parte 2[]

Los horrores del castillo Xyr, parte 3[]

Contenido[]

Los horrores del castillo Xyr
Una obra de un acto

de
Baloth-Kul

Dramatis Personae
Clavides, capitán de la guardia imperial. Cyrodílico.
Anara, criada dunmer.
Ullis, lugarteniente de la guardia imperial. Argoniano.
Zollassa, joven maga argoniana.

Primer acto
Anochece. La obra da comienzo en el gran vestíbulo de un castillo en Scath Anud, repleto de tapices y muebles elegantes. La única luz es la de las antorchas. En el centro del vestíbulo hay una gran puerta de hierro, la entrada principal al castillo. La escalera hasta el descansillo superior se encuentra cerca de la puerta. En el escenario, a la izquierda, se ubica la puerta de la biblioteca, que en estos momentos está cerrada. A la derecha del escenario observamos una gran armadura completa de seis metros de altura que casi toca el techo de la habitación. Pese a que nadie la puede ver, se escucha a una mujer cantando detrás de la puerta de la biblioteca. Un golpetazo en el portón de hierro detiene el canto de la mujer. La puerta de la biblioteca se abre y ANARA, una doncella de apariencia corriente, sale y se apresura a abrir la puerta de entrada. Ante esta aguarda CLAVIDES, un hombre apuesto con vestimenta imperial.

ANARA: Buenas noches, serjo.

CLAVIDES: Buenas noches. ¿Está tu amo en casa?

ANARA: No, serjo, solo estoy yo. Mi amo Sedura Kena Telvanni Hordalf Xyr se encuentra en su finca de invierno. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?

CLAVIDES: Es probable. ¿Te importa si entro?

ANARA: Claro que no, serjo. Por favor. ¿Quiere un poco de flin?

Clavides pasa al vestíbulo y mira alrededor.

CLAVIDES: No, gracias. ¿Cómo te llamas?

ANARA: Anara, serjo.

CLAVIDES: Anara, ¿cuándo partió tu amo de Scath Anud?

ANARA: Hace más de quince días. Por eso estoy yo sola en el castillo, serjo. El resto de sirvientes y esclavos que atienden a su señoría viajan con él. ¿Sucede algo?

CLAVIDES: Pues sí. ¿Conoces a un cenicio que se llama Sul-Kharifa?

ANARA: No, serjo. No conozco a nadie con ese nombre.

CLAVIDES: Entonces no te interesará. Ha fallecido. Lo encontraron hace unas pocas horas medio muerto por congelación en Cenicia. Estaba histérico, pero entre sus últimas palabras, que eran prácticamente incomprensibles, dijo «castillo» y «Xyr».

ANARA: ¿Murió por congelación en verano en Cenicia? B'vek, qué raro. Supongo que es posible que mi amo conociera a ese hombre, aunque si era un cenicio y mi señor pertenece a la Casa Telvanni... Bueno, perdóneme si le parece algo frívolo, serjo, pero no creo que fueran amigos.

CLAVIDES: ¿Es esa la biblioteca de tu amo? ¿Te importa si echo una ojeada?

ANARA: Por favor, serjo, lo que usted quiera. No tenemos nada que esconder. Somos leales al imperio.

CLAVIDES: Como lo son todos los Telvanni, según tengo entendido.

(Nota del dramaturgo: esta línea fue concebida sin ningún tipo de connotación sarcástica, aunque el público se ríe... Nunca falla, con independencia de la política local.)

Clavides entra en la biblioteca e inspecciona los libros.

CLAVIDES: Esta biblioteca necesitaría que le quitaran el polvo.

ANARA: Sí, serjo. Justo es lo que estaba haciendo cuando usted llamó a la puerta.

CLAVIDES: Me alegro de que no hayas terminado. Si lo hubieras hecho, no me habría dado cuenta, gracias a este espacio sin polvo, de que hace poco se han llevado un libro bastante grande. Tu amo es hechicero, según parece.

ANARA: No, serjo. Quiero decir que estudia mucho, pero no lanza hechizos, si eso es a lo que se refiere usted con «hechicero». Es un kena, fue a la universidad y todo. Ahora que lo pienso... Ya sé lo que pasó con ese libro. Uno de los otros kenas de la universidad pasó por aquí ayer y se llevó prestados un par de libros. Es un amigo del amo, así que pensé que no pasaría nada.

CLAVIDES: ¿Ese kena se llamaba Warvim?

ANARA: Puede ser. No me acuerdo.

CLAVIDES: Hay un nigromante sospechoso en la universidad llamado Kena Warvim al que arrestamos ayer por la noche. No sabemos lo que hacía en la universidad, aunque seguro que era algo ilegal. ¿Era ese el kena que se llevó el libro prestado? ¿Un tipo bajito, un lisiado con una pierna atrofiada?

ANARA: No, serjo, ese no era el kena de ayer. Este era un tipo grandote que podía andar, de eso me di cuenta.

CLAVIDES: Voy a echar un vistazo al resto de la casa, si no te importa.

Clavides sube las escaleras y se mantiene el siguiente diálogo desde el rellano y las habitaciones de arriba. Anara continúa arreglando la planta de abajo y aparta un banco de respaldo alto que hay frente a la armadura para poder fregar el suelo.

ANARA: Serjo, ¿le puedo preguntar qué anda buscando? Quizá podría ayudarle.

CLAVIDES: ¿Estas son todas las habitaciones del castillo? ¿No hay pasadizos secretos?

ANARA (riéndose): Oh, serjo, ¿para qué querría Sedura Kena Telvanni Hordalf Xyr pasadizos secretos?

CLAVIDES (mirando la armadura): Tu amo es un gran hombre.

ANARA (riéndose): Oh, serjo, no bromee. Esa armadura gigante es solo parte de la decoración. Mi amo mató a ese gigante hace diez años y guarda esto como una especie de recuerdo.

CLAVIDES: Cierto, recuerdo haber oído algo así cuando me destinaron aquí. Fue alguien llamado Xyr quien mató al gigante, pero no creo que se llamara Hordalf. Me temo que mis recuerdos se desvanecen. ¿Cómo se llamaba el gigante?

ANARA: Por desgracia, no me acuerdo, serjo.

CLAVIDES: Ah, sí. Era Torfang. «Saqué el escudo de Torfang».

ANARA: No entiendo, serjo. ¿El escudo de Torfang?

Clavides baja las escaleras corriendo y examina la armadura.

CLAVIDES: Sul-Kharifa dijo algo sobre sacar el escudo de Torfang. Pensé que solo deliraba, fuera de sí.

ANARA: Pero no tiene escudo, serjo.

Clavides aparta de un empujón el banco de respaldo alto, que revela un gran escudo muy ornamentado al pie de la armadura.

CLAVIDES: Sí, sí que lo tiene. Lo has tapado tú con este banco.

ANARA: ¡No lo he hecho adrede, serjo! ¡Solo estaba limpiando! Veo esa armadura todos los días, serjo, y le prometo que nunca antes me había fijado en que tuviera un escudo.

CLAVIDES: Está bien, Anara, te creo.

Clavides empuja el escudo y después tira de él, con lo que aparece un túnel.

CLAVIDES: Parece que Sedura Kena Telvanni Hordalf Xyr sí que necesita un pasadizo secreto. ¿Me puedes dar una antorcha?

ANARA: ¡B'vek, nunca lo había visto antes!

Anara agarra una antorcha de la pared y se la da a Clavides. Este entra en el túnel.

CLAVIDES: Espera aquí.

Anara mira cómo Clavides desaparece por el túnel. Parece nerviosa y, al final, corre hacia la puerta principal. Cuando la abre, ULLIS, un lugarteniente argoniano de la guardia imperial, se encuentra en la entrada. Ella grita.

ULLIS: Perdona por asustarte.

ANARA: ¡Ahora no! ¡Vete!

ULLIS: Me temo que al capitán no le gustaría que lo hiciera, señorita.

ANARA: Viene con... ¿el capitán? ¡Madre santa!

Clavides sale del túnel con la cara pálida. Tarda unos instantes en empezar a hablar.

ULLIS: ¿Capitán? ¿Qué hay ahí abajo?

CLAVIDES (a Anara): ¿Sabías que tu amo es un nigromante? ¿Y que tiene la bodega llena de cuerpos?

Anara se desmaya. Ullis la lleva hasta el banco y la tiende en él.

ULLIS: Déjeme verlo, serjo.

CLAVIDES: Ya lo verá. Vamos a necesitar a todos los soldados del puesto para llevarnos tal cantidad de cuerpos. Ullis, he presenciado muchas batallas, pero nunca había visto algo así. No hay dos iguales: khajiita, sload, dunmer, cyrodílicos, bretones, nórdicos, quemados vivos, envenenados, electrocutados, derretidos, destrozados, destripados y cortados en tiras y cosidos para recomponerlos.

ULLIS: ¿Cree que el cenicio ha escapado, realmente?

CLAVIDES: No lo sé. ¿Por qué alguien haría algo así, Ullis?

Llaman a la puerta. Clavides la abre. Una joven argoniana, ZOLLASSA, espera sosteniendo un paquete y una carta.

ZOLLASSA: Buenos días, usted no es lord Xyr, ¿verdad?

CLAVIDES: No. ¿Qué llevas ahí?

ZOLLASSA: Una carta y un paquete que debo entregarle a él. ¿Volverá pronto?

CLAVIDES: No creo. ¿Quién te ha dado el paquete para que se lo trajeras?

ZOLLASSA: Mi profesor de la escuela, Kema Warvim. Tiene mal una pierna, por eso me ha pedido que le lleve esto a su señoría. La verdad es que tendría que habérselo traído ayer por la noche, pero he andado liada.

ULLIS: Saludos, hermana. Nosotros le entregaremos el paquete a su señoría en cuanto lo veamos.

ZOLLASSA: Saludos, hermano. Había oído que había un apuesto argoniano en Scath Anud. Por desgracia, le prometí a Kema Warvim que solo entregaría el paquete en mano a su señoría. Ya lo he traído tarde, así que no puedo...

CLAVIDES: Somos guardas imperiales, señorita. Nos quedaremos con la carta y el paquete.

Zollasa le entrega a Clavides la carta y el paquete de mala gana y se vuelve para marcharse.

ULLIS: ¿Estarás en la universidad si necesitamos hablar contigo?

ZOLLASSA: Sí. Que vaya bien, hermano.

ULLIS: Buenas noches, hermana.

Clavides abre el paquete mientras Zollassa sale. Es un libro con varias hojas sueltas.

CLAVIDES: Parece que hemos encontrado el libro que faltaba. Entregado directamente en mano.

Clavides comienza a leer el libro en silencio, para sí.

ULLIS (muy contento, hablando consigo mismo): Hay otra argoniana en Scath Anud, y guapa. Espero que no hayamos sido muy maleducados con ella. Estoy harto de todas esas mujeres con su piel suave y seca... Sería fantástico si pudiera quedar con ella cuando no esté de servicio.

Mientras Ullis habla, va abriendo la carta y la lee.

ULLIS (continúa): Parece que es del sur, como yo. Ya sabe, los argonianos del norte de la Ciénaga Negra son... mucho... menos...

Ullis sigue leyendo y se queda paralizado por la carta. Clavides salta al final del libro y lee las últimas frases.

CLAVIDES (leyendo): En tinta negra: «El varón khajiita sorprendentemente mostró poca fortaleza ante un simple hechizo de relámpago, pero he obtenido unos resultados fisiológicos bastante interesantes al someterlo lentamente a un hechizo de ácido de nivel medio durante varios días». En tinta roja, en los márgenes: «Sí, ya veo. ¿El hechizo de ácido produce un efecto uniforme sobre todo el cuerpo del sujeto?». En tinta negra: «La mujer nórdica fue sometida durante dieciséis horas a un hechizo de escarcha que, finalmente, la cristalizó y la condujo a un estado de animación suspendida, tras el cual finalmente murió. No ocurrió lo mismo con el varón nórdico ni con el varón cenicio, que cayeron en coma mucho antes para recuperarse después. Entonces, el cenicio trató de escapar, pero se lo impedí. A continuación, el nórdico presentó una interesante reacción química ante un simple hechizo de fuego y falleció. Véase la ilustración adjunta». En tinta roja: «Sí, ya veo. El patrón de ebulliciones y lesiones sugiere que se produjo algún tipo de incineración interna, quizás causado por la combinación de cortas sesiones de llamaradas seguidas de un periodo más largo de congelación. Es una pena que no pueda trasladarme a ver el experimento personalmente, aunque debo elogiar tus excelentes anotaciones». En tinta negra: «Gracias por la sugerencia de envenenar lentamente a mi criada Anara. Las dosis que me aconsejaste han producido unos resultados fascinantes y han provocado que pierda la memoria de forma muy sutil. Pretendo aumentar la dosis exponencialmente para ver cuánto tarda en darse cuenta. Con relación a este tema, es una pena que no disponga de sujetos argonianos, pero los esclavistas me han prometido unos especímenes saludables para otoño. Me gustaría probar cómo funciona su metabolismo en comparación con los elfos y los humanos. Según mi teoría, un hechizo de relámpago de nivel medio lanzado con una onda continua sobre un argoniano no será letal, al menos durante varias horas. Los resultados serían similares a los de la hembra cyrodílica y, por supuesto, a los del gigante». En tinta roja: «Es una pena que tengamos que esperar hasta el otoño para comprobarlo».

ULLIS (leyendo la carta): En tinta roja: «Aquí está tu argoniana. Por favor, hazme partícipe de los resultados». Lo firma «Kena Warvim».

CLAVIDES: Por Kynareth, esto no es nigromancia. Es destrucción pura. Kena Warvin y Kena Telvanni Hordalf Xyr no han estado experimentando con la muerte, sino con los límites de la tortura mágica.

ULLIS: La carta no está dirigida a Kena Telvanni Hordalf Xyr, sino a Sedura Iachilla Xyr. ¿Crees que será su mujer?

CLAVIDES: Iachilla... es la Telvanni de la familia Xyr de la que oí hablar en relación con el asesinato del gigante. Lo mejor será que saquemos a la criada de aquí. Debe ir a ver a un sanador.

Clavides despierta a Anara. Parece desorientada.

ANARA: ¿Qué ha pasado? ¿Quiénes sois?

CLAVIDES: No te preocupes, todo va a salir bien. Te vamos a llevar a un sanador.

ULLIS: ¿Quieres un abrigo, Iachilla?

ANARA: No gracias, no tengo frío...

Anara/Iachilla se para al darse cuenta de que la han pillado. Clavides y Ullis desenfundan sus espadas.

CLAVIDES: Tienes tinta negra en los dedos, señora.

ULLIS: Y cuando me viste en la puerta, pensaste que era el argoniano que te mandaba tu amigo Warvim. Por eso dijiste: «Ahora no. Vete».

ANARA/IACHILLA: Sois más observadores que Anara. Ella nunca entendió lo que estaba pasando, incluso cuando tripliqué el hechizo de veneno y murió en lo que yo estimé una considerable agonía.

ULLIS: ¿Y a qué me ibas a someter en primer lugar, al relámpago o al fuego?

ANARA/IACHILLA: Al relámpago. Creo que el fuego es demasiado impredecible.

Mientras habla, se apagan las llamas de las antorchas. El escenario está completamente oscuro. Se oye el sonido de una lucha, de espadas que chocan. De repente, se ve un relámpago y se hace el silencio. Anara/Iachilla habla, totalmente a oscuras.

ANARA/IACHILLA: Fascinante.

Se ven muchos más relámpagos mientras se cierra el telón.

FIN

Apariciones[]

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