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De lady Cinnabar de Taneth

Si te creyeses lo que ese cabestro de Frasto de Elinhir escribe en sus queridas y presuntas «historias», pensarías que el sesgo de la sociedad moderna contra la veneración de los príncipes daédricos está arraigado en una especie de repulsión instintiva hacia los señores de Oblivion, un odio profundo fundamentado en eventos de indecible crueldad que tuvieron lugar hace miles de años.

Esto es absurdo a todas luces. Pregunta al campesino en su campo, al zapatero en su tienda o al jurista en su oficina si temen a los señores daedra por culpa de las antiguas prácticas de los elfos salvajes y lo único que obtendrás será una ceja levantada. El campesino, el zapatero y el jurista solo temen a los daedra y el culto daédrico porque así se lo han dicho la religión y la academia predominantes, y porque sus vecinos creen lo mismo.

¿Conque la adoración a los daedra sobrevive únicamente al nivel de los cultos prohibidos, Frasto? Al contrario, es fácil demostrar que la veneración a los daedra está extendida y ampliamente aceptada entre los pueblos de Tamriel, pese a los deseos y las opiniones de sacerdotes y profesores. Pregunta al cazador por qué murmura una oración a Hircine cuando tensa el arco. Pregunta a la jardinera por qué le pide a Mephala que evite que las babosas y los gusanos infesten sus plantas. Pregunta al guardia por qué invoca el valor de Boethiah cuando desenvaina la espada. Y no hace falta esforzarse mucho para encontrar adoradores de Sanguine en carnaval o de Hermaeus Mora entre los eruditos en cualquier momento.

¿Y qué hay de los cenicios de Morrowind, que aún veneran a los llamados «daedra buenos»? ¿Y de los Guardianes Espirituales de Menevia, que siguen a Azura? ¿Y de los Fustigadores Joviales de Rimmen, que adoran a Clavicus Vile?

Y no nos olvidemos de los khajiita, en los reinos sureños. Lejos de renegar de los señores de Oblivion, el pueblo felino de Elsweyr los venera abiertamente y apenas distingue entre aedra y daedra. Los khajiita reconocen los aspectos benevolentes de los príncipes, profesándoles respeto cuando menos y a menudo admiración. Azurah es un popular objeto de adoración para los magos khajiita, Sheggorath apela al gusto felino por las travesuras salvajes y, en las manos de Namiira, se dejan las almas de los muertos.

Y aun así, Frasto pretende convencerte de que todos los mortales de Tamriel se estremecen de horror ante la mera mención de los daedra y se burla de mi trabajo cuando expongo el charlatán que realmente es. ¿O cómo se puede explicar esta mezquina hostilidad si no? ¿No fue acaso Frasto quien se me acercó en el Cónclave de Eruditos Anticuarios de Estrella del Dragón, el que señaló que era el 16 de Amanecer, el que sugirió que quedásemos más tarde esa noche para «celebrar como es debido el día de invocación de Sanguine»? Creo que al rechazar sus zalameras insinuaciones se lo tomó de manera personal, pues poco después, su injustificada crítica de mi trabajo comenzaría a aparecer en los diarios. Mmm. Sí, tal vez sea esa la explicación.

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