Elder Scrolls
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Artículo principal: Libros (Online)

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El soldado aguardó, conteniendo la respiración. Agarró la empuñadura con fuerza y sus nudillos se volvieron de un blanco ceniciento. El brazo en el que llevaba la espada temblaba nervioso mientras permanecía de pie detrás de los demás, esperando la oportunidad de atacar. En cualquier momento, pasaría la patrulla alessiana. Sin embargo, no dejaba de preguntarse en qué se había metido, exactamente.

Se llamaba Erric Deleyn y ni él sabía dónde comenzaba su parte en todo esto. Era el hijo apenas mayor de edad de un posadero y su árbol genealógico estaba cuajado, literalmente, de orgullosos criadores de caballos, peones de granja y cocineros, como su padre. Tenía tanta sangre de guerrero corriendo por el cuerpo como músculos en los brazos y la espalda. Es decir, casi nada. Sin embargo, ahí estaba, con la armadura bailando sobre su delgada figura, sosteniendo una espada que apenas sabía usar.

Erric deseaba decir que había entrado en la milicia por venganza u honor. Que habían matado a su padre y su madre en un ataque de Alessia. O que los malvados alessianos se habían llevado al amor de su vida a los campos de esclavos. Por los Ocho, se habría conformado con cualquier excusa en la que esos malnacidos hubieran perjudicado a los suyos.

Pero no. La familia de Erric gozaba de buena salud. Sus padres, regordetes y simpáticos, dirigían felizmente una posada en uno de tantos pueblecitos que salpican Roca Alta. ¿Y el amor de su vida? Bueno, no había tenido ninguno. Nunca había sentido el abrazo de una damisela ni probado el beso de una doncella. Entonces, ¿por qué quería luchar contra los alessianos? Bueno, había oído cosas malas de ellos, pero en lo que le atañía, todo eran rumores e insinuaciones. Él había llevado una vida protegida.

No, la razón por la que Erric estaba junto a Kish'na, la feroz doncella khajiita, y Calinden, el apuesto caballero de Ayleid, no era tan noble. Era más una mera casualidad y un accidente lo que lo habían llevado a ese momento y ese lugar. Se había estado escabullendo al bosque por la noche para practicar las mismas técnicas de lucha que había visto realizar a la guardia de la ciudad. Quería aprender a combatir, pero no quería que nadie lo viera haciéndolo. Había demasiadas posibilidades de que alguien se burlara de él. Al fin y al cabo, solo era el hijo de un cocinero. Así que, todas las noches, Erric agarraba su espada oxidada y una armadura hecha de mil piezas distintas y se iba al bosque a entrenar.

Pero aquella noche sería diferente. No habría más prácticas.

Mientras Erric corría por los callejones para llegar al agujero en la muralla que conocía tan bien, dobló una esquina y casi chocó con ellos. Se quedó sin aliento en cuanto los vio. Un puñado de hombres y mujeres de diferentes culturas, juntos, susurrando. Vestían unos uniformes impresionantes y llevaban unas armas más impresionantes aún.

Se acercó a ellos con cautela, pero Erric tenía poca habilidad o gracia. Tropezó con sus propios pies y aterrizó en un charco con un fuerte «chof». Los guerreros se volvieron como un solo hombre, con las armas desenvainadas y una dura mirada. Pero vieron su armadura y su arma, y supusieron que había ido allí a recibirlos. Por miedo a llevarles la contraria, Erric entró en el grupo.

Fue un simple caso de confusión de identidad. Más tarde, podría haberlo llamado «destino».

Pero ¿aquella noche? Aquella noche Erric Deleyn iba a morir. Y ese acontecimiento cambiaría el mundo que lo rodeaba para siempre.

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