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Localizaciones[]
Daggerfall[]
- Lugares aleatorios.
Morrowind[]
- Libros raros de Jobasha, Vivec.
- Odirniran.
- Sulipund.
Oblivion[]
- Atatar.
- Gremio de Magos de Bruma, Bruma.
- Libros de Renoit, Chorrol.
Skyrim[]
Online[]
- Bastión del Viejo Kalgon, Cima Rasgada.
- Lipsand Tarn, Cyrodiil.
- Valle Escondido, Sombra Verde.
Contenido[]
Aunque es frecuente referirse a los moradores de la dimensión de Oblivion como «demonios», resulta bastante impropio. Esta práctica se remonta a la Primera Era, y probablemente se derive de las doctrinas alessias del profeta Marukh, quien prohibió «comerciar con daimons», pero sin precisar a qué se refería exactamente.
Lo más probable es que «daimon» sea una mala traducción o transcripción de «daedra», el término élfico para esos extraños y poderosos seres que provenían de la dimensión de Oblivion y cuyas intenciones se desconocían. El término «demonio» apareció recogido en los manuscritos tardíos del rey Hale el Pío de Skyrim, casi mil años después de la publicación de las doctrinas originales, donde las maquiavélicas maquinaciones de sus enemigos políticos se equiparan a la «perversidad de los demonios de Oblivion. Su depravación iguala a la del propio Sanguine, son crueles como Boethiah, calculadores como Molag Bal y están tan locos como Sheogorath». Hale el Pío presentó así por escrito a cuatro de las señorías daédricas de forma rimbombante.
Aun así, recurrir a fuentes manuscritas no suele ser la mejor manera de investigar sobre Oblivion y los daedra que allí habitan, ya que a aquellos que sí «comerciaban con daimons» rara vez les interesaba que se hiciera público. No obstante, entre los escritos que se conservan de la Primera Era hay algunos diarios, bitácoras, proclamas de quemas de brujas y guías de asesinos daédricos que he leído para documentarme. En mi opinión, son tan fidedignos como las señorías daédricas que he logrado invocar y con las que he hablado largo y tendido.
Al parecer, Oblivion se divide en varias regiones. De ahí los distintos nombres con los que se conoce, como Puerto Gélido, el Tremedal o Sombra Lunar entre otros. Cabría suponer que cada región está gobernada por un príncipe distinto. En los textos antiguos aparecen con frecuencia los nombres de los príncipes daédricos, aunque esto no demuestra su autenticidad ni su existencia real, claro está. Además de los indicados con anterioridad (Sanguine, Boethiah, Molag Bal y Sheogorath), también se menciona a Azura, Mephala, Clavicus Vile, Vaermina, Malacath, Hoermius (cuya transcripción no tiene consenso y aparece recogido con distintas grafías: Hermaeus, Hormaius o Herma) Mora, Namira, Jyggalag, Nocturnal, Mehrunes Dagon y Peryite.
Según mis investigaciones, los daedra forman un grupo bastante heterogéneo. A excepción de su inmenso poder y su marcado extremismo, no presentan muchas afinidades entre sí como para poder categorizarlos. Aun así, lo he intentado en algunos casos para facilitar mi labor investigadora.
Podríamos decir que Mehrunes Dagon, Molag Bal, Peryite, Boethiah y Vaermina son los daedra más diabólicos, ya que sus poderes tienen una naturaleza muy destructiva. Los demás daedra pueden ser igualmente peligrosos, pero en muy pocas ocasiones utilizan sus poderes simplemente por el gusto de aniquilar y destruirlo todo a su paso. La capacidad destructora de estos cinco daedra difiere en gran medida. Mehrunes Dagon parece decantarse por desastres naturales como terremotos o erupciones volcánicas para descargar su rabia. Molag Bal prefiere servirse de otros daedra, y Boethiah espolea a los guerreros mortales. Peryite parece dominar la pestilencia, y Vaermina, el arte de la tortura.
En posteriores capítulos de este ensayo, profundizaré en dos cuestiones que me han intrigado especialmente desde que inicié mis investigaciones. En primer lugar, me centraré en una figura daédrica llamada Hircine que aparece en algunos incunables y que supongo se trata de otro príncipe más. A Hircine también se le conoce como el «cazador de príncipes» y el «padre de los hombres bestia», pero aún no he encontrado a nadie que sea capaz de invocarlo. La otra cuestión en la que quiero indagar, quizá algo más intangible, es en la búsqueda de una forma que permita a los mortales introducirse en Oblivion. Siempre he opinado que solo hay que temer aquello que no entendemos. Y eso, precisamente, me ha llevado a perseguir este objetivo.