Artículo principal: Libros (Oblivion)
Día tres
Tengo el corazón en un puño y la mano me tiembla al escribir estas líneas. Desde que dejé el fuerte del monte gris, he pasado varios días sin ver a ni un alma. Y el camino, además de desierto, parece peligroso. Estoy racionando mis provisiones, ya que me espera un largo y duro trayecto. Aún así, el viaje debería transcurrir sin problemas, siempre y cuando el ejército de Reman Cyrodiil no haya localizado nuestra base central en Paso Pálido. Tengo que admitir, de todos modos, que estoy algo nervioso. Para mí es todo un honor haber sido seleccionado para entregar estas órdenes en mano, pero enviarme solo supone cierto riesgo. No me preocupa mi vida sino la importancia y el contenido de la misiva que llevo. Si, por alguna razón, se perdiera, en el fuerte no se enterarían de que las provisiones llegarán con un mes de retraso. Si no están al tanto, podrían optar por endurecer su ataque en el frente a pesar de que los víveres y municiones empiecen a mermar, ya que cuentan con recibir el avituallamiento. No puedo fallar. Debo entregarles el mensaje. La tablilla de pizarra donde he grabado las órdenes, por motivos de seguridad, pesa bastante y me recuerda constantemente la carga que llevo sobre mis hombros.
Día siete
Ya han pasado dos días y, por fin, he llegado a la roca de la Garra del Dragón. Esa enorme mole me reconforta y parece darme la bienvenida. Da la impresión de extenderse desde el norte hasta el mismo corazón del ejército de Remus, un reflejo del avance de nuestro ejército durante gran parte de este año. Aún no me he encontrado con nadie. Espero cruzarme con alguien, en mi camino por esta estrecha vereda, que pueda informarme sobre la situación de nuestros hombres en el frente.
Día ocho
El serpenteante camino hacia el oeste me ha conducido hasta el centinela: Una enorme estatua, obra de algún artista desconocido, que lleva años aquí. Se eleva y señala hacia al norte, como si desafiara a la gente a traspasar las fronteras de la nación imperial. Remus se enfurecería bastante si supiera que la utilizamos como punto de señalización para adentrarnos en sus dominios. Anoche me tropecé con otro de nuestros mensajeros, que había sido atacado por una manada de lobos salvajes. Tenía una gran herida en la pierna, pero pude curársela con la ampolla que llevaba conmigo. Me dijo que se llamaba Shenzin y que había salido de Paso Pálido para solicitar más provisiones. Le puse al tanto de la situación y comentamos lo irónico del asunto. Al final, decidió volver al fuerte conmigo, ya que su misión carecía ahora de sentido. Tenemos planeado partir al anochecer.
Día nueve
Apenas me quedan fuerzas para escribir todo esto. Mientras nos dirigíamos hacia el sur desde la estatua del centinela, una manada de lobos se abalanzó sobre nosotros. Quizá la misma que atacó a Shenzin, quien, aunque malherido, había conseguido que se alejaran. Pero, por lo visto, el sabor a sangre fresca sólo lo hizo aumentar su número. Luchamos codo a codo y conseguimos acabar con al menos ocho de las bestias. Una de ellas logró darme un zarpazo en el vientre hiriéndome de gravedad. Logramos que huyeran, pero estoy sangrando mucho y ya no me quedan medicinas porque se las di a Shenzin. Hemos decidido continuar en dirección sur hasta llegar a la huella de la serpiente y buscar cobijo en su interior. Intentaré seguir escribiendo dentro de un rato, pero ahora debo dormir. Estoy muy cansado.
Día once
Probablemente ésta será mi última anotación. Llegamos a la huella de la serpiente hará un día, con la idea de refugiarnos de los lobos y los elementos. Lo que no podíamos imaginar era la clase de criaturas que nos aguardaba en su interior. No pude verlas con claridad, pero eran grandes y fuertes. Shenzin murió al instante y que una le rebanó el pescuezo con un solo movimiento. Eran tres enormes seres con una forma humana aunque algo deformes. Corrí lo más rápido que pude y me adentré en los oscuros túneles para intentar escapar. Mientras huía una de las criaturas me lanzó una roca que me alcanzó justo en el medio de la espalda. Conseguí arrastrarme hasta una pequeña apertura y escapar de esos monstruos, pero enseguida me di cuenta que no podría hacer mucho más. Creo que me he roto la columna. Ya no siento las piernas. La herida que me hizo el lobo se ha vuelto ha abrir y he perdido mucha sangre. Me temo que no podré llegar muchos más lejos. He fracasado en mi misión. No he podido entregar las órdenes al fuerte de Paso Pálido. Y estoy tan cerca... Sólo faltan varias leguas, pero no puedo andar y apenas me quedan energías. Si alguno de nuestros mensajeros o soldados lo recogiera, por casualidad, este diario, le pido encarecidamente que informe al fuerte antes de que sea demasiado tarde. Y una última petición... Díganle a mi esposa, Hisshira, que Tzenzin la ha querido con locura.